El secreto de las hermanas Asorey
- bajoinfinitasestrellas
- 31 jul
- 6 Min. de lectura

Autora: Marta Estévez
(360 pp.) – Ed. Plaza Janés, 2023
Un silencio que pesa como una losa fría de piedra habita el alma de las cuatro hermanas y la casa en la que viven. Allí se ha instalado ya para siempre, en tiempos de cambio, al inicio de la República en un Santiago de incertidumbre por un futuro que ha de vencer barreras que encorsetan la piedra, las plazas, la escuela y hasta la razón.

Una fría mañana, Tilde (Clotilde), Tea (Dorotea), Eloísa y Celia se quedarán sin su padre. Lo encuentran muerto en la cama y todo un universo de miedo las invade por completo. ¿Qué harán entonces? ¿Cómo saldrán adelante? Un afamado doctor y sus cuatro hijas en Compostela suponía estabilidad, protección, seguridad y hasta la posibilidad de un futuro aún en tiempos de cambio. Decidirán entonces mantener en secreto su muerte, nadie puede saberlo.
Las cuatro hermanas son completamente diferentes. Tilde, la mayor, es fuerte, lleva las riendas del hogar y es enérgica y práctica. Tea vive sumida en un mundo que roza de puntillas la realidad, para sobrevivir a un duro episodio que la marcó siendo niña, se aleja y vuelve bailando con la inestabilidad de una vida vulnerable a todo y a todos. Eloísa es decidida, transgresora cuando todo augura cambios para la mujer y la sociedad; y Celia, la más pequeña, piensa que el matrimonio es su mayor aspiración. Las cuatro se complementan y son piezas claves en un puzzle que se rompe cuando el doctor fallece y a la vez, se une para no romperse jamás pues están ensambladas las piezas con el más terrible silencio: el de un secreto.
Y a ese padre que yace enterrado en el jardín, sobreviene otra muerte, la de una joven lavandera. Ambas serán investigadas por el teniente Ventura quien tratará de arrojar luz al asesinato de ella y a la desaparición de él. Pues... lo que murmuran los vecinos es que se ha tenido que marchar con la llegada de la República. Aunque... más adelante, habrá quien sospeche que quizá nunca salió de la casa.
Una investigación que se vuelve opresiva por momentos, inquietante y hasta repulsiva, porque el teniente lo es. Una vida gris y oscura, miserable y ligada de forma asfixiante a su madre, que tendrá un final inesperado a la vez que terriblemente cruel e impropio de un agente del orden.
Y todo ello en Santiago haciendo que Compostela sea para mí un personaje más. Lleno de lluvia, de gris en el cielo, de piedra, plazas y una belleza que me conmovió en muchas páginas. "La catedral es a Compostela lo que el corazón a un cuerpo. Un lugar sagrado dentro de otro. Compostela en miniatura. Es la brújula que guía la ciudad, y, en cierto modo, un estigma también." (El secreto de las hermanas Asorey, página 343).
Cada uno de los seres que habitan esta novela está tan perfectamente perfilado que resulta una delicia abrir cada capítulo con los pensamientos de uno de ellos. Su forma de percibir la realidad es tan diferente... Sus gustos, sus aspiraciones, su sentir... Tilde, Tea, Eloísa, Celia, Víctor, Ventura, Pablo... Y hasta todo lo que los envuelve: Alicia, la taberna, la botica, el río Sar, la escuela, los niños que van a aprender, Merceditas, Casilda... Y un guacamayo que pone colores vivos en el día a día de la casa. "Tea reconoce que soltar al guacamayo ha sido un golpe de efecto magistral. Aunque no lo digan, para sus hermanas, el guacamayo es ella. O su desgracia, que, al fin y al cabo, es lo mismo. El guacamayo existe porque a ella le ocurrió una desgracia. Sin desgracia, no habría guacamayo. Quizá por eso ni siquiera tiene nombre. ¿Qué nombre se le pone a un ser que llega en el peor momento? No puede sonar optimista (sería cruel) ni catastrófico (neutralizaría su razón de estar).
Está segura de que cada una en su mente lo llama de una manera diferente. A Tilde al principio se le escapaba algún 'pajarraco' que otro, pero cuando se refieren a él todas lo llaman 'guacamayo'. Ahora es más bien un complemento de la casa al que se han acostumbrado. Tea piensa en él como una vida inútil, un elemento sanador defectuoso, un derroche de colores y vida para nada. Un volver atrás. Es verlo aletear en la jaula y le entran unas ganas irrefrenables de tirarse con él por la ventana.
Entiende a su padre. La obsesión de cualquier padre es proteger a su hijo. Por tanto, fallar en la empresa más importante debe de ser el mayor fracaso también. Hoy no puede dejar de pensar en él. Recuerda su semblante de horror al verla llegar de la calle, ensangrentada y muda. También la impotencia cincelada en su cara, ese día y todos los que siguieron. Ahora cree que debía haberlo eximido de su parte de culpa, tenía que haber insistido en eso, pero quizá fuese una manera equitativa de repartirse la culpa, la de él, por haberla dejado salir sola, y la suya, por haber confiado en quien no debía.
Después de tantos años sabe que la culpa es la carga más pesada lo que existe. Tanto que veintinueve años después aún no ha conseguido quitársela de encima. Igual que el asco que sintió después de aquellas violentas embestidas. Y el dolor. Un dolor tan profundo que llegó a creer que se moriría. Tardó en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ni siquiera sabía que un hombre pudiese hacer semejante cosa. Por momentos intentó deshabitar su cuerpo para dejar de sentir. Cree que en algún instante incluso se desmayó. Cuando recobró el conocimiento, no podía abrir la boca; la mandíbula se le había agarrotado. Dicen que tardó en abrirla. Y en pestañear. La sangre de sus venas se volvió fría como la de un lagarto, se quedó sin aliento ni voluntad, desordenada por dentro. Todo - menos el oído - se le desbarató.
Luisiño era un niño en un envoltorio de adulto. De adulto gigante. En una proporción mayor de niño que de adulto. Un niño eterno con instintos de hombre. Inofensivo, eso decían, sobre todo su madre. Luisiño era a la plaza de San Miguel lo que la luna a la Tierra: visible doce horas al día. De manera que cualquiera que caminase en un radio de doscientos metros desde San Miguel hasta la plaza de Cervantes terminaba encontrándoselo. A la madre de Luisiño - soltera — le resultaba más llevadero tenerlo fuera, entretenido, charlando con los vecinos. Luisiño era una institución en esa parte de la ciudad. Algunos le encargaban que hiciese pequeños recados, casi siempre a cambio de tabaco. " (Ibid., páginas 216 y 217).
Omito el relato y su final, quizá de lo más duro y cruel que aparece en la novela. Un arrebato total de la inocencia en una violación que cambiará para siempre la existencia de Tea y de la familia. Pero no es la única ruptura, también es importante cómo se cae el castillo de Celia y Víctor, cómo se desmorona todo y cómo la ruptura del compromiso por parte de ella, desencadenará el suicidio de él que no soportando su existencia llena de mentiras y con el terrible peso de haber asesinado a la joven lavandera por haberlos descubierto a él y al boticario, creará un vació y el cuestionamiento de los estereotipos, de todo aquello que se espera de nosotros, pero que no es así, que toma otro camino...
Y, en contraposición, la bonita historia de amor de Eloísa y el joven periodista. Pablo será la compañía que ella ansía, su consuelo.
Ver la fuerza de ella y sentir su terrible final, la enfermedad de Tilde... Todo se precipita y apenas se salva unos instantes con la llegada de Manoliño al hogar de las Asorey. Una esperanza y un atisbo de libertad para la cárcel en que vive Tea. La promesa de un futuro mejor y su terrible exilio por cuando llega la guerra.
Un epílogo que llenó mis ojos de lágrimas cierra una novela que me ha hecho sentir y vivir como si fuese una hermana más, como si su hogar fuese el mío, como si estuviese ahora mismo en su jardín, bajo el gran magnolio y junto a un secreto que siempre descansará bajo esa tierra que da vida y que a la vez, un día, la enterró ya para siempre.

Gracias por haber escrito esta novela que me ha atrapado y me ha hecho sentir tanto con sus personajes y las historias que la habitan. Enhorabuena por tu éxito. Sé que volveré a estas páginas porque se han quedado en mí.
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