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LA MANSIÓN. Tiempos gloriosos

Actualizado: 26 jul



Autora: Anne Jacobs

Traducción: Mateo Pierre Avit Ferrero y Ana Guelbenzu de San Eustaquio

(506 pp) – Penguin Random House Grupo Editorial, 2022

Título original: Das Gutshaus. Glanzvole Zeiten


Adoro leer sobre la II Guerra Mundial. La mayoría de los libros los protagonizan: refugiados, personas que sufrieron la guerra en los países ocupados, enfermeras, prisioneros... Pero, en esta ocasión, he revivido esta etapa histórica de la mano de dos familias alemanas, he sentido su desolación al ser expropiados quienes habitaban en una mansión con todo los lujos a su alcance, he sentido el calor de los que se ayudaron los unos a los otros para afrontar tiempos tan difíciles y he caminado entre las dos épocas: el esplendor anterior a la guerra y los también difíciles e inciertos años 90, de la mano de la reunificación.



Comienza la novela en noviembre de 1939. "La niebla matutina pendía sobre los campos cosechados como una capa lechosa, se iba extendiendo con el viento y de vez en cuando dejaba entrever una manada de corzos desprevenidos paciendo. La maleza de tonos otoñales sobresalía del terreno blanquecino como islas en un mar de niebla ondulante. Franziska era la última de un trío, se detenía una y otra vez para empaparse del ambiente total, notar la humedad de la niebla, inspirar el aroma de las setas que llegaba del bosque. " (Vid. pág. 7).

Franziska, la protagonista, acababa de cumplir 19 años, su hermano se iba a casar y la vida por aquel entonces transcurría entre días de caza, paseos por el lago y fiestas llenas de encanto. Una vida rota por la guerra y la obligación de dejar su hogar que pronto fue ocupado. En él todos tenían un futuro, aunque sus dos hermanos debieron alistarse y ambos perdieron la vida en el campo de batalla. Franziska iba a casarse con el comandante Walter Iversen, mas no llegaba nunca la fecha de la boda que iba posponiéndose una y otra vez para dolor de la joven Franzi y para angustia de su hermana menos Elfriede que también se había enamorado de él y ansiaba con fuerza verlo regresar.


Un gran salto en el tiempo nos lleva a 1990, ya ha caído el muro y Franziska ahora viuda y sola, regresa al que fue su hogar. "Así que ahí estaban las fronteras de la RDA. Hacía tiempo que había visto la torre. Esbelta y blanca, con un ensanchamiento en la punta, parecía un nido de cornejas en un barco. ¿Los que estaban ahí arriba disparaban a los fugitivos? Bueno, ya no. Hacía meses que las fronteras estaban abiertas.

(...) Las instalaciones estaban flanqueadas a ambos lados por unos edificios de color blanco amarillento, también provistos de unas grandes superficies de cristal, muy impresionantes. Franziska había oído que registraban el equipaje, desmontaban los coches, confiscaban objeto. Sobre todo cuando los que visitaban la RDA regresaban a la RFA. Los aduaneros creían que los occidentales escondían a un fugitivo en algún lugar del coche..." (Vid.pág.20).

Con sumo detenimiento y atención leí estas páginas una y luego, tras buscar en internet, otra vez más. Me gustó aprender sobre los Trabant y los Wartburg que eran los modelos de coches que en aquel entonces avanzaban en dirección a Occidente. Me interesó conocer los supermercados Konsum y ver qué diferencias había a uno y a otro lado en cuanto a compras, suministros, desarrollo... Algo sorprendente en lo que hoy es un mismo país ¿verdad?

"Dejó a su derecha el gran castaño y siguió por le camino vecinal entre espinos blancos floridos, sin esperar nada. No lo consiguió, pisó el freno y se quedo mirando el letrero. Colgaba torcido y medio desmoronado en el poste que el inspector Schneyder hizo renovar antes de irse. Cincuenta años atrás... ´M...ión Dra...tz´se descifraba. Mansión Dranitz. Por lo menos el letrero seguía ahí.

Seguía avanzando, despacio. A la izquierda debería aparecer el parque, pero solo se distinguía una especie de zona boscosa. Todo estaba cubierto de vegetación (...)

(...) Franziska giró la manivela de la ventanilla, y aún así tardó unos segundos en ver con claridad. En efecto, había unos edificios. No cabía duda que habían arrasado con todo. A la izquierda, las paredes de la casa que se veía entre los pinos, grises, desmoronadas, podían ser de la casita del inspector, antes tan bonita. A la derecha, un camión tapaba la vista. Dos hombres estaban descargando algunos objetos. Siguió un trecho para verla mejor y luego se detuvo.

Ahí estaba. ¡Dios mío! Seguía en pie, no estaba quemada ni derruida. La mansión. Le pareció más pequeña que antes, más gris, más sencilla. Faltaba el precioso porche con las columnas, también habían cambiado la puerta de la casa, pero las ventanas y el techo estaban intactos. Las dos casitas de caballería a derecha e izquierda, que antes servían de refugio de los coches de caballos y automóviles, estaban en ruinas. Pero la mansión seguía en pie." (Vid. pp. 28 y 29).

Recuerdo que cerré por unos instantes el libro y con tan bella descripción, me la imaginé con tal intensidad que grabé la imagen de la mansión pretendiendo así que me acompañase a lo largo de toda la lectura. También lo he hecho ahora y ahí sigue, dentro de mí.

Franziska se topó con Pospuscheit, el alcalde, quien no iba a ponérselo demasiado fácil. En la mansión había ahora mismo un supermercado y según le explicó, los terrenos y propiedades expropiadas en aquel momento, eran bienes municipales por lo que no le pertenecía. Ella, en su empeño, logró comprarla y con la ayuda de algunos vecinos y de su nieta, poco a poco fue reconstruyéndola. Volvió a encontrarse con Mine que había trabajado como sirvienta para la familia. Ella y su marido vivían con un gran secreto que poco a poco ira saliendo a la luz. La entrañable Mine, se me ha quedado en el corazón, cuánto me gustaría tomar un café con ella en su acogedor hogar y probar su deliciosa mermelada de cerezas...


Cincuenta años y tanto por volver a levantar... no solo las paredes, también sanar heridas... Jenny, la nieta de Franziska la acompañará en su empeño. De su fracaso sentimental, una niña nacerá y así continuará continuará corriendo la sangre de los Von Dranitz por aquellas gloriosas paredes.


Se entrecruzan a lo largo del relato de esos años las líneas del diario de Elfiedre. En ellas descubrimos qué le ocurrió a la familia y cómo fue la ocupación. Sabemos que el comandante Iversen fue acusado y condenado por rebelión. Mas... será Jenny quien descubra que sigue vivo y así libera a Mine y a su esposo del secreto. Elfriede y Walter vivieron su historia cuando él regresó a la mansión y tras buscarla, no halló a Franzi. Fueron entonces dos corazones solitarios que se dieron amor y de ese consuelo nació una hija que Elfiedre no pudo abrazar pues dejó su vida en el parto.

Con suma delicadeza Iversen y Franziska se reencuentran y el amor entre ellos continúa apartando el dolor de toda una guerra.

De la mejor manera que podría esperar termina la novela con la celebración  de la Fiesta de la Cosecha, todos presentes en la GLORIOSA MANSIÓN. Unión y vida.

"Mine puso la botella de vino sobre la mesa y se asomó a la ventana. Las voces y el barullo cesaron tras ella, ahora solo estaban Mine y la finca, antes y ahora. Sobre el lago había una luna llena redonda y blanquecina, que lanzaba una larga franja plateada sobre el agua negra. Si miraba en la otra dirección veía el bosque, y por un instante la anciana creyó distinguir la alta aguja de la capilla del cementerio. Pero tenía que deberse al vino. Ya no había capilla.

Su mirada volvió a vagar por la luna, grande y muy baja. Cuando entornó los párpados, le dio la impresión de que le hacía un guiño con una amplia sonrisa." (Vid. pp. 505 y 506).




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