Laurisilva en llamas
- bajoinfinitasestrellas

- 13 sept
- 9 Min. de lectura

Autor: Anaga Manrique
(219 pp.) – Algani Editorial, 2020
En la Feria Cultural ENCAMIÑO tuve la fortuna de asistir al hermanamiento entre dos localidades que apuestan por las letras de manera incondicional: Miño (A Coruña), como anfitriona y Santiago del Teide (Tenerife), como invitada. De esos días bonitos y soleados de julio, quedarán para siempre vínculos y libros. Este ha sido uno de ellos, allí descubrí a su autor y él mismo me recomendó esta novela que mezcla realidad y ficción, dejándonos un claro mensaje de esperanza y la importancia de cuidar y respetar la Naturaleza.

La bonita isla de Tenerife se ve amenazada por dos catástrofes galopantes, de diferente origen y de increíbles consecuencias: al avance de un incendio desencadenado por varios focos provocados y el aumento de la actividad sísmica.
Con una prosa rica en matices, Anaga Manrique hace sentir la vida en la isla, su verde, sus montañas, su gente, las raíces...
"Desde el centro de la calle que da a su casa, doña Candita contempló con horror el grotesco panorama provocado por el incendio.
Si te fijas, si aprecias y te preocupa el medio en el que te ha tocado en suerte vivir, sabes que, cuando la naturaleza agoniza... también puedes oírla gritar.
Ningún crepúsculo teñido del gris de una humareda intensa es una buena señal. El albor enrojecido desde la tierra es antinatural.
Es el cielo el que debe marcar el final apoteósico de un día de verano, no al revés; no deben ser las cumbres, la naturaleza viva, la que despliegue y dibuje la cúpula celeste con rotuladores de árboles encendidos. Creando rojos apocalípticos, manchados con tachones de humo negruzco.
El crepitar de las astillas ante las temperaturas insoportables de un fuego voraz se asemejan a cientos de voces asustadas, sucumbiendo a la muerte, con pellizcos en su piel vegetal, abriéndose en canal, con chisporroteos como sangre derramada. Clamando de estupor por sus congéneres, lamentando la destrucción de su eco-sistema. Gritando, con atronadores voces, unas graves, de cepas claudicando; otras agudas, como el dolor que los atraviesa hasta la punta de sus raíces." (Laurisilva en llamas, página 21).
Leí este libro en plena ola de incendios en la península. Este agosto de 2025 se ha llevado por delante hectáreas y hectáreas de verde, dejando a su paso mantos infinitos de gris y ceniza. Recuerdo que fue durante esos días que llenaban mis ojos de lágrimas las terribles noticias, cuando abrí las páginas de Laurisilva en llamas y ya no pude dejar de leer. Apenas dos días y más que suficiente para buscar desesperadamente en ellas la explicación de quien provoca un fuego, si es que hay algo que lo justifique. Yo sólo quería escuchar la mente de una persona capaz de esa atrocidad y en esa vertiginosa búsqueda, conocí a la protagonista: Cristina.
"Cristina y su familia eran naturales del norte de Tenerife.
Residía en la casa de su padre, en La Orotava, uno de los núcleos más importantes de población, superficie y belleza de la isla.
Dentro de su demarcación, quedaba adscrito el Parque Nacional de Las Cañadas, deseado por todos los municipios con los que, en una proporción u otra, lindaba, se podía acceder o contenía parte de su terreno.
A Cristina le encantaba deambular a veces sin rumbo premeditado, por sus calles empedradas, algunas realmente empinadas, jardines, plazoletas, iglesias de estilos diferentes y casonas antiguas de balconadas canarias.
Vestigios de otros siglos del frondoso esplendor de una época en la que, formados por las primeras sociedades tras la conquista de la isla por parte del reino de Castilla, hizo que familias de conquistadores recompensados y pudientes herederos la convirtieran en objeto de deseo, junto con otras zonas norteñas de similar riqueza en cultivo, clima y hermosos parajes.
Hoy en día, se entremezclaba historia y tradición con modernidad y construcciones actuales, tratando de convivir en una armonía complicada pero aceptada." (Ibid., página 51).
Su especial conexión con la Naturaleza la vivo en mí y eso me hizo empatizar con ella desde el primer instante.
Por otro lado, Sara una experta vulcanóloga, Mauro y Ancor, me trasladaron a ese mundo en el que la geología a través de aparatos, mediciones, observaciones, datos y estadísticas intenta comprender y analizar sin darse cuenta de que la Naturaleza es quien tiene todas las respuestas.
"-Aunque algo se mueve, Mauro -Sara no las tenía todas consigo—. Puede que no sea inminente, pero esta frecuencia es anormal.
-Sara... —Desde el otro lado de la línea se notaba en el afable Mauro que la tensión por las decisiones a tomar le estaba costando su acostumbrado buen talante—... Todas las medidas de emergencia están activadas y ocupadas por culpa del incendio... si doy la alarma por riesgo volcánico y no lo tenemos claro, me lloverán críticas de todas partes, por dividir los recursos y crear mayor sensación de inseguridad. Si resulta improcedente nos tacharán de oportunistas por querer llamar la atención en el peor momento.
-Eso será los menos malo de lo que nos tacharán -acentuó Sara—. Por no decir, si sucede lo contrario y no hemos puesto sobre aviso.
-¡Mamma mía! -exclamó Mauro-. No me des tantos ánimos.
-Quizás esta tarde tengamos más datos - Sara quiso relajar un poco la situación—. Seguiremos revisando sismógrafos. Puede que mañana haya un cambio en la tendencia.
do de evaluar un nuevo escenario.
Hubo un par de segundos de silencio en la línea, como tratando de evaluar un nuevo escenario.
—No sé si podré conseguir que te abran paso sin dar más explicaciones. El incendio no va bien. Hay un pirómano que sigue abriendo focos, lo acaban de comentar en las noticias." (Ibid., página 92).
El fuego avanzaba al tiempo que las mediciones indicaban un aumento de la actividad sísmica.
"Un cordón de fuego unía todas las latitudes de la isla y el desastre medioambiental resultaba incalculable. Norte y sur se habían dado la mano como una corriente incandescente de células cancerígenas, atravesando la médula forestal de una isla demacrada como un paciente en Cuidados Intensivos.
En el plató del programa consultaban con varios técnicos en extinción de incendios, profesionales, algún catedrático y expertos medioambientales en torno a una gran mesa.
Uno de ellos, con actitud solemne, sentenciaba igual que un reverendo apocalíptico:
-... La deforestación es implacable. El cambio climático es un hecho. Estos actos deliberados o accidentes por nuestra negligencia solo consiguen acelerarlo. Sin saber cuándo y sin querer hacer política y legalmente lo necesario para protegerlo, nos vemos abocados a tener que cambiar nuestro modo vida, en un período más corto del que pensábamos. Incendios como el que sufrimos, cambian nuestro clima. De hecho, un lugar tan pequeño como este, es el mejor ejemplo del cambio a sufrir paulatinamente en todo el planeta. Aquí sufriremos a una escala menor las consecuencias de convertir un vergel en un desierto. Todo se resiente, la producción agrícola y ganadera, escasearán nuestros productos típicos y disminuirán su calidad, el clima dejará de ser benigno. Los montes atraen a los vientos y la humedad. Su falta irá convirtiendo el paisaje en árido y estéril. Por no hablar del escaparate internacional que perdemos.
Incluso no me extrañaría que esos movimientos sísmicos que se han sentido, estuviesen relacionados con la destrucción de laurisilva y de arboleda.
Al fin y al cabo, llevan miles de años nutriéndose de un suelo volcánico.
Nuestras entrañas saben cuando la piel está enferma y viceversa...
Ni siquiera Ancor, más jovial y positivo, quiso hacer un comentario y se retiraron en silencio cuando consiguieron desprenderse de la hipnótica pantalla atrapamoscas." (Ibid., página 100).
Mi querida isla de Tenerife amenazada, ¿Quién estaba detrás de todo aquello?
"-Cuéntame esa historia —pidió.
Ancor se revolvió en su asiento para desperezar la memoria.
-Verás... Hay ciertos estudios y documentos que datan de la conquista aunque no está del todo demostrado, pero parece que los guanches tenían la creencia de que Guayota era un demonio que raptó al sol, al que conocían como Magec, sumiendo a las islas en la oscuridad. Guayota controlaba la gran montaña, la hacía estallar y formaba ríos de lava. Los guanches lo representaban cuando este se encontraba fuera del volcán como un perro negro, enorme y peludo, y de aspecto endemoniado, que les atemorizaba y mataba el ganado. En las cumbres aseguraban escuchar fieros rugidos en medio de la noche.
»> Un poco como ahora, con las ráfagas de viento tan fuertes que hay —quiso aportar—. Nuestros antepasados rogaron ayuda al Dios máximo de los cielos, Achamán, para que intercediera y acabara con Guayota. Al parecer, así lo hizo. Achamán venció al perro demonio, liberó a Magec del interior del volcán Echeyde y encerró a Guayota dentro para que no pudiera salir. —Ancor miró a Sara que le escuchaba con atención— Con todo, se ve que hubo más erupciones en esa época y en cada una, los guanches encendían hogueras por todas partes, o bien para tratar de impedir que saliera de nuevo o según se cuenta también, para hacerle creer que seguía en el interior del infierno de la montaña y no provocara más daños. Hasta que volvía a apaciguarse. Leyendas de los antiguos habitantes de estas islas. ¿Qué te parece?
Sara lo meditó bastante tiempo, bajo el parecer de Ancor.
La mitología de todo lugar con antecedentes de erupciones era algo habitual con lo que se topaban los vulcanólogos, cuando tenían que estudiar el posible historial de un volcán." (Ibid., página 103)
Para no desvelar el desenlace y que te animes a leerlo, te pido que pasees despacio por las líneas que verás a continuación. Son tan evidentes, tan llenas de sentido y a la vez, tan necesarias... que en ellas sentirás como la esperanza nace de quienes cuida y protegen, de los humanos que acompañan, ayudan, apoyan, de los corazones que aman y los ojos que observan el paso de las estaciones, de los vientos y del sol. Sólo conectados con la Naturaleza podremos, como Cristina acabar con los monstruos que la amenazan.
"En aquella ocasiones, cuando miraba a su alrededor, veía una especie de camaradería vecinal, o incluso entre desconocidos, que la reconfortaba de una manera difícil de explicar.
Era como recuperar la fe en la raza humana, en creer que la gente podía ayudarse sin cuestionarse en quién era el prójimo. Por unas horas, días tal vez, todos juntos, podían luchar contra un enemigo de la tierra y suyo propio.
Recobrar la conciencia en cuidar lo que les pertenecía, pero sobre todo, en proteger lo que no les pertenecía; el monte, la tierra, la naturaleza, partes de sus orígenes, de sus vidas, que nunca debieron dejar de sentir en que formaban parte de un conjunto, no que estaban allí para hacer uso de ello.
La hacían sentirse en familia, en definitiva.
Y aquel sentimiento era clave para ella. Había perdido ese apego familiar.
Ser espectadora y cómplice de la generosidad de un empresario local usando su pequeña excavadora para abrir una zanja cortafuegos más allá de la línea de seguridad, o de un vecino cediendo su depósito de agua para suministrar a los efectivos de la "Brifor", o de un voluntario venido de otra localidad, arriesgar su integridad física al empuñar ramas u hojas de palmeras para apagar rastrojos, la hacía enorgullecerse de sus paisanos.
Viendo niños venerar a bomberos, adultos llorar de impotencia, desconocidos abrazarse, hombres limpiar el rostro ennegrecido de mujeres o viceversa, se emocionaba de manera discreta, reconociendo que allí estaba la respuesta a porqué había elegido el camino de su padre, considerando que había salvación no solo para ese pueblo, ese barrio o ese monte concreto, sino para todos como comunidad.
Coincidiendo con quienes mantenían que en las catástrofes y las tragedias, la gente sacaba lo mejor de ellos, lo que tenían guardado en el baúl del olvido, tal vez generacional o de forma acomodaticia, que era necesario ponerlos a prueba para que algo en su interior les espoleara, les recordara aunque fuera en las desgracias, que vienes a este mundo no a poseerlo, sino a dejar huella, de tu valía, de tu ser, de tu alma.
Cada monte que perdemos, que descuidamos, que dejamos arder, también tiene su alma y esta también llora con nosotros.
Volviendo a su situación personal, resultaba curioso cuanto menos, que cuando la mayoría de la gente se desplazaba hacia el sur desde otras localidades de la isla, lo hacían principalmente para ir a la playa. Cristina no tenía recuerdos de hoteles fabulosos, piscinas tentadoras, playas doradas, largos paseos al atardecer, crisol de culturas o de discotecas abarrotadas en noches agradables.
El desván de su memoria estaba lleno de humo, cenizas, vegetación carbonizada, trabajo extenuante, estrés y preocupaciones. El sur era una latitud infernal en sus zonas altas para ella.
Y aunque cada verano podía verse cualquier cosa con tanto vịsitante como plagas por su costa, una chica con chaleco reflectante y cubierta de hollín como estrambótico bikini, daría "el cante" en medio de cualquier cala o playa.
Así se imaginaba ella cambiando el dorado de la arena por el verde del monte, como una "guiri" en su propia tierra. No terminaba de desconectar las escasas ocasiones en que sus amigos la arrastraban de veraneo los años de quietud incendiaria." (Ibid., páginas 106 y 107).
Cristina pudo con él, pudo con una mente que sólo quería destrucción, llamas y dolor. Fue ella quien calmó los seísmos cuando se enfrentó a esa criatura infernal envuelta en galopantes llamas.
"No conseguían detenerle; ni a él ni a su hermosa criatura.
Ese era el principal motivo que había surgido y que le impedía parar ahora que aún estaba a tiempo de evitar ser descubierto: La criatura.
Su criatura de fuego.
Su aroma le tenía embriagado.
Su visión, seducido.
El poder de destrucción que llevaba asociado, se había convertido en su poder.
La sensación que le proporcionaba ese poder, desconocida hasta ahora, era difícil de maniatar, tan difícil como lo son las llamas que él liberaba, salvajes, agradecidas... Creadoras desde la destrucción." (Ibid., página 131).



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