Autora: Lionel Shriver
Traducción de Javier Calzada
(607 pp) – Ed. ANAGRAMA, 2007
Título original: We Need to Talk About Kevin (2003)
...................................EN CONSTRUCCIÓN.....................................
Hace tan sólo unos minutos que he terminado la lectura y sigue sobrecogiéndome tremendamente la desgarradora historia que cuenta. Con ella participio en la iniciativa propuesta por @mi.terapia.alternativa que ha escogido este libro para el mes de mayo dentro de #leeconmaria_escrotorasamericanas
Kevin sigue en mi mente y me temo que habitará en ella por mucho tiempo más.
Una sucesión de cartas escritas por Eva a Franklin (su esposo) que van desde el 8 de noviembre de 2000 al 8 de abril de 2001, recorren su historia familiar. Su vida inicial como pareja y los cambios que experimenta ésta con la llegada de la paternidad de sus dos hijos: Kevin y Celia.
"Querido Franklin,
No estoy segura de por qué un incidente sin importancia esta tarde me ha impulsado a escribirte. Pero, puesto que estamos separados, tal vez sea que ahora te echo más de menos al llegar a casa para contarte las curiosidades de mi jornada, tal como el gato podría dejar unos ratones a tus pies: la pequeña y humilde ofrenda que se hacen las parejas tras un día de haber estado cazando en patios separados. De seguir tú aún instalado en mi cocina, extendiendo capas de mantequilla de cacahuete en crujientes tostadas de pan integral aunque ya fuera casi la hora de cenar..." (Vid. pág.11).
Esta es la primera de una larga y sucesiva lista de cartas en las que Eva va contando su día a día a Franklin al tiempo que trata de desenmarañar el pasado, de intentar hallar respuestas, de contarle cosas que no llegaron a hablar y otras que sí, pero sobre las que no profundizó en cómo la hicieron sentir en aquel momento. Sabemos que ha pasado un año y medio desde que se separaron (y estas palabras... por favor, recuérdalas hasta el final de estas líneas).
Eva viajaba por el mundo entero buscando, informándose y viviendo para luego confeccionar las guías AWAP para su editorial. Él era fotógrafo. La existencia de ambos cambió radicalmente el día en que Kevin llegó al mundo, ya el embarazo privó a Eva de mucho pues la excesiva preocupación por todo a la que Franklin llevaba cada cuestión, la cubrió a ella de renuncias.
"Mirando ahora hacia atrás, tal vez lo que decía acerca de que necesitaba más ´historia´ era una forma de aludir al hecho de que necesitaba alguien más a quien amar. Nosotros nunca decíamos esas cosas abiertamente; éramos demasiado tímidos. Y me apuraba hasta la idea de insinuarte siquiera que no eras bastante para mí. En realidad, ahora que estamos separados me digo que ojalá hubiera superado mi propia timidez y te hubiera dicho más a menudo que enamorarme de ti fue lo más asombroso que jamás me ocurrió." (Vid. pág. 41).
"Yo nunca, nunca, di por sentado que me pertenecías. Nos conocimos demasiado tarde para eso. Yo tenía treinta y tres años entonces. Y mi pasado sin ti era demasiado fuerte e insistente para hacerme considerar una cosa normal el milagro de la compañía. Pero después de haber sobrevivido tanto tiempo con las migajas de mi propia mesa emocional, me vaciaste con un banquete diario de miraditas cómplices en las fiestas, de ramos de flores por sorpresa, sin ningún motivo especial..." (Vid. pp. 41 y 42).
Eva reflexiona sobre su instinto maternal, su necesidad de verse completa siendo madre y al tiempo... reconoce que "En el mismo instante de su nacimiento asocié a Kevin con mis propias limitaciones: no sólo con el sufrimiento, sino también con la derrota." (Vid. pág.123).
Pero en otra carta, confiesa: "La cuestión es que no sé qué era exactamente lo que esperaba que ocurriera cuando tomara a Kevin por primera vez en brazos y lo estrechara contra mi pecho. No había previsto nada en concreto. Necesitaba lo que ni siquiera era capaz de imaginar. Ansiaba sentirme transformada; que ría verme transportada..." (Vid. pág.129) ¡Cuántos anhelos y esperanzas... truncadas! Tras dar a luz: "Me sentía... ausente, Franklin. No paraba de escudriñar los más íntimos recovecos de mi ser para ver si encontraba aquella emoción nueva e ´indescriptible´..." (Vid. pág. 131).
Supo desde el primer instante que Kevin era un "individuo" como ella misma lo sentía, no podía hablar del "bebé", del "pequeño"... su extrañeza y frialdad se le clavó muy adentro desde la primera vez que lo tomó en brazos y ya desde entonces... un muro, una incomprensión, un vacío. No hacía las cosas normales de su edad, no mostraba apego ni cariño. La escalofriante sombra real de lo que llegó a hacer está tan latente a lo largo de toda la obra que, cualquiera de los actos que antes cometió ya apuntaban las precisas maneras como para que ella, su madre, vislumbrase una catástrofe: Kevin asesinó a siete compañeros, a la profesora de inglés y a un empleado de la cafetería. ¡Qué horrorr! Y Franklin siempre encontraba una u otra manera de justificar, de cubrir de cierta normalidad lo espantoso y cruel que podía ser ya desde bien pequeño.
Odiaba hasta a su pequeña y dulce hermana Celia a la que, para quitarle algo que se le había metido en un ojo, lavó con sosa cáustica haciendo que lo perdiera con una frialdad tan pasmosa que, en este punto de la lectura, necesité cerrar el libro y me costó mucho regresar a él. Atrocidad tras atrocidad. En casa, con sus compañeros, en la escuela... E intercaladas, noticias de matanzas, de crímenes cometidos por menores...
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