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Tengo el aura un poco gris

Foto del escritor: bajoinfinitasestrellasbajoinfinitasestrellas

Portada de la segunda edición
Portada de la segunda edición

Amena y entretenida lectura en la que Gen, un adolescente de 13 años cuenta en primera persona cómo es su día a día.

Vive con su madre que es un tanto bohemia y a veces "alocada". Justo todo lo opuesto a él, que piensa y reflexiona, que se siente tremendamente responsable y se pone en lo peor cada vez que un posible peligro acecha.


"Por entonces las cosas nunca ocurrían como yo imaginaba. Y menos mal, porque yo tengo una imaginación catastrófica.

Por eso, por mi imaginación catastrófica, no me gustaba nada cuando llegábamos a ese tramo de curvas que hay yendo al pueblo de los abuelos. Mi madre tomaba la primera curva, siempre más rápido de lo que decía la señal, y ya estaba yo pensando en la catástrofe. El coche se saldría de la carretera y rodaría por el terraplén dando vueltas de campana. ¿Qué se sentiría al dar vueltas de campana? A lo mejor ya no sentía nada, porque estaría desmayado. O muerto.

¿Dolería morirse? Claro que sería mucho peor no morirme y que se muriera mi madre. Que estuviera a mi lado desangrándose y yo no pudiera hacer nada por ayudarla..." (Vid. Pág. 5).

Así es como se presenta el protagonista.

"VALE, soy un tío raro. No te lo quería decir, pero igual supongo que te estás dando cuenta. Desde fuera no se me nota demasiado, pero te metes en mi cabeza y alucinas. Bueno, o no tanto. A lo mejor todos somos raros, no sé. A lo mejor tú también tienes ideas catastróficas y angustias vitales, y a veces te parece que el tiempo se ha rayado, como me pasa a mí. A lo mejor también te dan grima los botones y las etiquetas, sobre todo las autoadhesivas, y las tapas de yogur, y no soportas que interrumpan una canción cuando la estás escuchando o ver ropa tirada en el suelo y te da el yuyu cuando los imanes de la nevera están torcidos. O eres raro de otra manera.

Dice mi abuela que cada uno tiene lo suyo y que en todas partes cuecen habas. Me gustaría ser lo bastante amigo de alguien como para que me dejara ver las habas de su cabeza, por aquello de comparar. A lo mejor así me quedaba más tranquilo. Pero yo, mis habas, hace tiempo que no se las enseño a nadie."

(Vid. Pág. 15).

Gen se siente diferente a los demás, prefiere estar solo y sus gustos y aficciones no son los de los chicos de su edad. Profundamente autorreflexivo y solitario.

"Nunca pasó ninguna de esas tragedias, ni las que acabo de contarte ni todas las otras que se me ocurrían cada día. Las cosas no ocurrían nunca como yo las imaginaba, ni las buenas ni las malas. Eso me parecía un hecho científicamente comprobado; tanto, que había llegado a pensar que tener ideas catastróficas era una manera de evitar que sucedieran cosas terribles. Así que ahora las tenía por dos razones diferentes: porque no podía evitarlas y para conjurar la desgracia con ellas. Lo malo era que, siendo coherente con mi sistema de conjura, no me atrevía a pensar por adelantado en cosas buenas, para que no dejaran de suceder por mi culpa. ‹Tú siempre tan pesimista», decía mi madre. Y yo no me atrevía a decirle que, con mi pesimismo, estaba poco menos que salvando al mundo." (Vid. Pág. 20).

Un buen día, Gen se desploma y empieza a convulsionar. Sabremos páginas después que le han diagnosticado epilepsia y esto cambia por completo la vida de los dos, la de él y la de su madre que no quiere dejarlo solo si ella sale. Es entonces que entra en escena Amalia, una chica un poco mayor qué el que va a su mismo instituto. Su madre la irá contratando por horas y Gen se irá enamorando de ella. pero... un percance inesperado hace que su madre la eche de casa.

" (...) no tenía malditas ganas de decifle a mi madre que estaba colgado por Amalia, la única persona a la que había echado de casa en su vida, así que pasé de esa norma suya que dice que tenemos que contárnoslo todo.

Por eso, aquella tarde, cuando me tumbé en la cama a la vuelta del cole, solo me tenía a mí mismo para convencerme de lo poco que valía Amalia. Para empezar, la recordé con el aura por los suelos, dejándose manejar por ese cretino, llorándole a mi madre. Pero no por eso me gustaba menos, qué cosa absurda es el amor. Empecé una lista mental de todos sus defectos: morbosa era un rato morbosa; se lo tenía muy creído; se vestía como una fulana; usaba bolsitos de la Barbie, y si ahora no tenía el culo gordo, como opinaba el cretino, seguro que en unos cuantos años lo tendría, y a ver entonces quién reía el último. Además, lo que era mucho más grave que todo lo anterior: era ingrata, ingrata, ingrata, ingrata... hasta decir basta." (Vid. Pág.104).

Y cuando ya pensaba que toda la acción giraría entorno a Amalia y él, un nuevo capítulo me sorprende con el accidente de Gen y su madre cuando iban hacia el pueblo para ocuparse de la casa de sus abuelos mientras éstos estaban de viaje.

"Mi madre estaba echada de bruces sobre el volante. Lo vi cuando abrí la puerta para buscar ayuda y se encendió la lucecita interior del coche.

-¡Socorro! -grité.

Qué estupidez. Conocía de memoria esa parte del camino, como todas. Sabía que no había una sola casa en varios kilómetros. Tampoco era probable que pasara un coche por aquella carretera comarcal a esa hora, más de medianoche. Tanteé en el asiento trasero hasta encontrar el móvil de mi madre, tercera bobada. La batería no se había recargado milagrosamente por la pura fuerza de mi deseo. Toda la sangre de mi cuerpo se me agolpó en el pecho y empezó a hervir allí a borbotones. Las manos y los pies, en cambio, los tenía helados. Me costaba respirar.

«Reacciona, imbécil, haz algo». Creo que me hablé en voz alta.

Solo había una cosa que podía hacer, y hasta un imbécil como yo no tardó en darse cuenta." (Vid. Pág. 119).

Y con un arranque de valentía, puso en práctica lo que había aprendido con su abuelo para poder llevar el tractor. Consiguió acomodar a su madre en su asiento, arrancar el coche y llegar a una gasolinera en la que pedir auxilio.

"Entonces apareció frente a mí la visión más bonita que he tenido y que probablemente tendré en toda mi vida: en medio de la oscuridad, resplandecían los neones amarillos y rojos de la estación de servicio." (Vid. Pág. 122).


La vida nos pone pruebas y a veces, son pruebas duras que tambalean todo; pero que nos hacen más fuertes y así es como la madre de Gen se replanteará su existencia e incluso retomará el contacto con el padre de su hijo llegando por fin los dos a conocerse.






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