top of page

El caso de los bombones envenenados

  • Foto del escritor: bajoinfinitasestrellas
    bajoinfinitasestrellas
  • hace 5 días
  • 7 Min. de lectura

Autor: Anthony Berkeley

Traducción de Miguel Temprano García - Título original: The Poisoned Chocolates Case

(254 pp.) – Ed. Lumen, 2012


¡Qué grata sorpresa la de descubrir a este autor!, considerado uno de los grandes de la edad de oro de la novela de misterio junto con Dorothy L. Sayers, Agatha Christie o G. K. Chesterton, dio vida al detective Roger Sheringham que fue protagonista indiscutible de doce de sus novelas.

Las fascinantes cenas del Círculo del Crimen reunían a deseosos y, en la mayoría de los casos, afamados expertos en resolución de misterios. " No todo el mundo podía participar en las fascinantes cenas del Círculo del Crimen. Para ser miembro de ese club no bastaba con profesar adoración por el asesinato; él o ella tenían que demostrar que eran dignos de llevar con honor sus espuelas criminológicas.

No solo tenían que exhibir un gran interés por todas las ramas de la ciencia relacionadas con la investigación, como por ejemplo la psicología criminal, y conocer al dedillo todos los casos incluyendo los más insignificantes, sino que también debían poseer habilidad constructiva: el candidato debía tener cerebro y saber cómo utilizarlo. Para demostrarlo había que escribir un ensayo, escogido de entre varios asuntos propuestos por los miembros, y enviarlo al presidente, que seleccionaba los mejores y se los presentaba a los miembros en una reunión para que votasen a favor o en contra del aspirante; y un solo voto en contra bastaba para rechazarlo.

La intención del club era llegar a contar con trece miembros, pero hasta entonces solo seis habían superado las pruebas y todos se hallaban presentes la tarde en que empieza esta crónica. Había un abogado famoso, una autora teatral no menos conocida, una brillante novelista que debería haber sido más famosa de lo que era, el más inteligente (aunque no el más amistoso) de los escritores vivos de novelas de detectives —el señor Roger Sheringham en persona— y el señor Ambrose Chitterwick, que no era famoso, sino un hombrecillo amable y de aspecto normal, que se había sorprendido más de que lo admitieran entre aquellas personalidades que ellas mismas.

Así que, con la excepción del señor Chitterwick, era una reunión de la que cualquier organizador se habría sentido orgulloso.

Y esa noche Roger no solo estaba orgulloso sino también un poco inquieto, porque iba a sorprenderles; y siempre resulta emocionante sorprender a unas personalidades. Se puso en pie.

—Damas y caballeros —anunció, cuando cesó el entrechocar de las copas y el golpeteo de las pitilleras sobre la mesa—. Damas y caballeros, en virtud de los poderes concedidos por ustedes mismos al presidente de nuestro círculo, este puede alterar según su voluntad lo previsto para cualquier reunión. Todos saben cuáles eran los planes para esta velada: engatusar con buen vino y una comida abundante al inspector jefe Moresby, a quien nos alegra dar la bienvenida como el primer representante de Scotland Yard que nos visita —más golpes sobre la mesa—, para que cometiera la indiscreción de contarnos algunas de sus vivencias que no podría contar a la prensa. —Más golpes y más prolongados. Roger se dio ánimos con otro sorbo de brandy y prosiguió—: Lo cierto, damas y caballeros, es que creo conocer bastante bien al inspector jefe Moresby y he intentado tentarle en no pocas ocasiones y con arduos esfuerzos para que cometiera semejante indiscreción, pero no lo he conseguido ni una sola vez. Así que tengo muy pocas esperanzas de que este círculo, por mucho que lo adule, logre aarrancarle al inspector jefe ninguna historia de interés que no le importara ver publicada mañana en The Daily Courier. Mucho me temo, damas y caballeros, que tentar al inspector sea imposible.

»He ahí el motivo de que haya aceptado la responsabilidad de modificar los planes de esta velada; espero que la idea que se me ha ocurrido les parezca interesante. Me atrevería a decir que es tan novedosa como emocionante. —Roger hizo una pausa y contempló los rostros interesados que tenía delante. El inspector jefe Moresby, un poco sonrojado debajo de las orejas, seguía peleándose con su puro—. Mi idea -dijo Roger— tiene que ver con el señor Graham Bendix. —Se produjo una interesada conmoción—. O más bien —se corrigió, un poco más despacio—, con la señora de Graham Bendix. —La conmoción se transformó en un susurro todavía más interesado. Roger volvió a hacer una pausa, como si eligiera las palabras aún con mayor cuidado—. El señor Bendix es un conocido de algunos de los presentes. De hecho, su nombre ha salido ya a relucir por ser una de las personas que podrían estar interesadas en formar parte de este círculo.

Creo que quien lo propuso fue sir Charles Wildman, si no recuerdo mal.

El abogado inclinó dignamente la voluminosa cabeza.

-Sí, creo que lo sugerí una vez.

-Dicha sugerencia cayó en saco roto —prosiguió Roger-.

Aunque no recuerdo por qué; creo que alguien consideró que no lograría superar las pruebas. Pero, en cualquier caso, el hecho de que se citara el nombre del señor Bendix demuestra que, hasta cierto punto, es un criminólogo, lo que implica que nuestra compasión por la terrible tragedia que ha sufrido esté teñida de interés..." (El caso de los bombones envenenados, páginas 10, 11 y 12).

.

.

"Después de que se incorporara y recibiera ruborizado un aplauso de homenaje, Roger invitó al inspector jefe Moresby a dirigirse a los presentes desde su silla y él se retiró agradecido a dicho refugio. Tras consultar el fajo de notas que tenía en la mano, empezó a ilustrar a su atento público sobre las extrañas circunstancias de la prematura muerte de la señora Bendix. Sin reproducir exactamente sus palabras y las numerosas preguntas complementarias que interrumpieron su historia, el meollo de lo que tenía que contarles es el siguiente:

La mañana del viernes 15 de noviembre Graham Bendix fue dando un paseo a su club, el Rainbow, en Piccadilly, a eso de las diez y media y preguntó si había alguna carta para él. El portero le entregó una carta y un par de circulares y él fue a leerlas junto a la chimenea del vestíbulo.

Mientras lo hacía entró otro miembro del club. Se trataba de un baronet de mediana edad, sir Eustace Pennefather, que tenía un apartamento justo a la vuelta de la esquina, en Berkeley Street, pero pasaba la mayor parte del tiempo en el Rainbow. El portero miró la hora, como hacía todas las mañanas cuando llegaba sir Eustace, y, como siempre, eran exacta. mente las diez y media. El portero estaba totalmente seguro de la hora.

Había tres cartas y un paquetito para sir Eustace, y él también fue a leerlas junto a la chimenea, tras saludar a Bendix con un movimiento de la cabeza. Ambos caballeros apenas se conocían y probablemente no hubieran cruzado más de media docena de palabras en toda su vida. En ese momento no había más miembros del club en el vestíbulo.

Después de hojear sus cartas, sir Eustace abrió el paquetito y resopló con enfado. Bendix le miró interrogante, y con un gruñido sir Eustace le mostró la carta que iba dentro del paquete e hizo un comentario poco halagador sobre los métodos comerciales modernos. Reprimiendo una sonrisa (las costumbres y opiniones de sir Eustace eran motivo de diversión entre los demás miembros), Bendix leyó la carta. Era de la empresa Mason e Hijos, los chocolateros, y su objeto era informarle de que acababan de sacar a la venta una nueva marca de bombones de licor pensados para el cultivado paladar de los hombres de buen gusto. Dado que al parecer sir Eustace era un hombre de buen gusto, esperaban que tuviese la bondad de hacerle el honor al señor Mason y a sus hijos de aceptar esa caja, cualquier crítica o sugerencia que pudiera hacerles al respecto sería bienvenida." (Ibid., páginas 19 y 20).

.

"A partir de ese momento la policía tuvo claro que alguien había jugado sucio.

Se había producido un intento deliberado de asesinar a sie Eustace Pennefather. El supuesto asesino había comprado una caja de bombones de licor Mason e Hijos, había escogido los de sabor a almendra, los había vaciado después de practicarles un agujerito, les había inyectado la dosis de veneno, probablemente con un cargador de pluma estilográfica, había vuelto a llenar el hueco con el relleno, había tapado con cuidado el agujero y los había vuelto a envolver con el papel de plata. Un trabajo meticu-loso, llevado a cabo con meticulosidad.

La carta y el papel de envolver que habían llegado con la caja de bombones pasaron a tener así una importancia capital, y el inspector que había tenido la previsión de rescatarlos de la basura tuvo motivos para felicitarse. Junto con la caja y el resto de los bombones se convirtieron en las únicas pruebas materiales de aquel asesinato a sangre fría.

El inspector jefe a cargo del caso cogió aquellas cosas, fue a ver al director de Mason e Hijos y, sin informarle de las circunstancias en que había llegado a su poder, le puso la carta delante y le pidió que le explicara ciertas cosas. ¿Cuántas cajas iguales habían enviado, quién tenía noticia de la existencia de aquella y quién habría tenido ocasión de manipular la que enviaron a sir Eustace?" (Ibid., página 34).

Y así, presentando el caso, dados los detalles y los resultados obtenidos por la policía, es como todos, antes de despedirse, disponen que investigarán de forma individual, y bien a través del método inductivo, bien a través del deductivo, buscarán la verdad y la expondrán a los demás, según su turno, uno cada día.

La historia comienza a llenarse de intriga cuando cada uno de los miembros de tan selecto club van exponiendo sus hipótesis. Cada uno de ellos inculpa a una persona diferente y también son variados los móviles que conducen al crimen. Pero... es el último de ellos, el señor Chitterwick, quien tras escuchar a los demás e ir clarificando todo lo que expuso en una tabla meticulosamente cubierta... desvela que la culpable fue una de las presentes.

.

Inquietante, llena de matices, abrumadora por momentos y tremendamente entretenida hasta el inesperado final.

Indiscutiblemente: RECOMENDADA.



Comentários


bottom of page