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La casa maldita


Autora: Barbara Wood

Traducción: Diana Falcón

(346 pp) – Ed. Penguin Random House Grupo Editorial, 2019

Título original: Curses this House (Publicada por primera vez en 1978)


Quería leer alguna obra de esta autora a la que no había descubierto hasta ahora y... además, la portada y lo que leí en la contraportada, fueron motivos determinantes para que mis manos se detuviesen en este libro mientras caminaban un tanto ausentes por las estanterías de mi estudio. Necesitaba una lectura que me transportase, que me llevase a otra época y a un lugar lejano, a vestidos largos, mansiones, tés a las cinco e intrigas entre jardines y escaleras... Mis expectativas, se cubrieron con creces, maravillosa elección.

"En cuanto vi el edificio, mientras el viento luchaba por hacerse con la posesión de mi capa y sombrero, me pregunté si no habría cometido una equivocación. El hecho de hallarme delante de la casa después de tantísimos años, no había despertado los recuerdos que yo esperaba que hiciera aflorar. En efecto, mientras me encontraba bajo la tormenta que iba arreciendo y alzaba los ojos hacia aquella formidable mansión antigua, no vino a mí ni el más leve vislumbre de tiempos pasados.

Comenzaba a reconsiderar mis decisiones. Tal vez no debería haber vuelto. Era verdad que se trataba de la casa que me había visto nacer, y era también cierto que yo era una Pemberton, que mi padre había nacido aquí, y que también lo había hecho su padre; sin embargo, ¿qué otro vínculo podría decirse que me unía a aquella mansión, cuando no recordaba los años pasados en ella, ni siquiera a la gente que la había habitado?" (Vid. pág. 9).


Con inmensas dudas y unas descripciones tan bonitas y llenas de detalle, nos imaginamos a la joven Leila en su regreso a la mansión familiar que abandonó con su madre cuando tan sólo tenía cinco años. Una carta la hacía regresar y también... el fuerte deseo de encontrar respuestas, de saber qué había ocurrido realmente con su padre y su hermano.

"Así apareció la casa ante mis ojos aquel agonizante día de invierno del año 1857, mientras permanecía de pie ante ella con mi sombrero, mi criolina y mi capa. La casa era grandiosa e impresionante, aunque sombría y con los terrenos que había en la parte frontal cubiertos de malas hierbas. ¿He mencionado antes que era georgiana? Hasta cierto punto, así era, pero dado que la habían construido originalmente en los tiempos de los Tudor, el georgiano era el estilo más reciente, el que con mayor facilidad podía identificarse, mientras que debajo subyacía el isabelino y el de la reina Ana. Se trataba de una elegante casa antigua de aspecto formal que resultaba fácil de emparejar con aquellas mansiones nobles que se encontraban a lo largo de Park Lane, en Londres. Pero, cosa extraña, los terrenos se encontraban en un estado deplorable." (Vid. pág. 11).

Hacía tiempo que la tía Sylvia había escrito a Jenny, la madre de Leyla, manifestando el deseo de que ambas regresasen a Pemberton. La joven acudió sola pues su madre había fallecido y... lo que se encontró fue un frío recibimiento en lugar del calor de la familia que esperaba hallar. La invitaron a instalarse y... "Cuando descendí las escaleras pocos minutos más tarde, me impresionó el fenomenal silencio que reinaba en la casa. Eran casi las siete en punto y en el exterior había una oscuridad negra como la brea, mientras que en el interior la atmósfera se parecía extrañamente a la de un museo. Mis pasos sonaban amortiguados por el grueso alfombrado, en torno a cada lámpara de aceite había un halo de suave resplandor. La madera oscura que recubría las paredes, los altos muebles que se encumbraban por encima de mí, las frondosas plantas en sus gigantescos tiestos, todo se combinaba para conferirle a la casa un aire de silenciosa austeridad, de severidad eclesiástica.

Los volantes de mi falda susurraban al rozar contra la alfombra. Mi larga sombra me seguía escaleras abajo. Tenía la sensación de que si ahora tuviese que hablarle a alguien, lo haría susurrando.

Y una vez más se hizo evidente el hecho, que cada vez se volvía más y más intenso, de la ausencia de retratos de la familia en aquella mansión.

Pasé ante el salón y me detuve un instante para mirar brevemente al interior pero lo encontré desierto; y por fin hallé el camino que conducía a lo que tenía que ser la biblioteca. Allí había un mausoleo de libros, hileras y más hileras de ellos, todos encumbrándose hasta el techo de una habitación pequeña en la que había sillones y donde reinaba un olor a cuero. De un fuego manaba la calidez de una bienvenida, y las luces de gas hacían retroceder la oscuridad a los rincones. Al entrar, vi de inmediato que no me encontraba sola. La habitación tenía un ocupante." (Vid. pp. 26 y 27).

Con el maravilloso detalle de cada estancia, cada ambiente... fácilmente me sentí en aquella imponente mansión y pronto conocí a sus habitantes: Abigail, la abuela, que se había casado con el difunto Sir John Pemberton y había tenido tres hijos: Henry, Richard y Robert de los que sólo vivía el primero. Casado con la tía Anna, ambos eran los padres de Theo. Hijos de Richard eran Colin y Martha, que también vivían en Pemberton Hurst. Además... estaba Gertrude, el ama de llaves.

Sylvia era la hermana soltera de la abuela Abigail. Toda la esperanza de Leyla por reencontrase con ella y saber el motivo del deseo expreso en la carta que le había enviado... muy pronto se desvaneció, pues había muerto unos meses atrás. Leyla sintió entonces que su llegada estaba vacía, era una extraña para todos ellos... y a la vez ocupada por el imperioso y cada vez más intenso anhelo por descubrir qué había ocurrido en el pasado y cuál era el motivo de que ella y su madre se hubiesen ido, perdiendo todo el contacto tras la muerte de su padre y de su hermano Thomas.

Los Pemberton eran los quintos manufactureros de algodón más grandes de Inglaterra. Una fortuna imperiosa los sostenía.

Leyla le pide a su primo Theo que, por favor, le hable del pasado. Pero, él se niega argumentando que sólo la haría infeliz. "-El pasado es un tema delicado para todos nosotros, los habitantes de Pemberton Hurst, Leila, y a eso se debe que no sintamos deseos de hablar mucho de él. Tú perdiste a tu padre y a tu hermano; Colin perdió a su padre y a su madre. No se debe tanto a que las muertes hayan tenido lugar aquí, porque es algo de esperar en una casa grande habitada por varias generaciones al mismo tiempo, sino más bien a la manera en que acontecieron. Los accidentes de carruajes son cosas que suceden, peo constituyen una rareza, y este lo fue..." (Vid. pp.64 y 65). Poco a poco, fue desenmarañando la madeja y llegó a decirle que había sido su padre quien había matado a su hermano, quitándose luego la vida. Esto arrojó luz a Leila y le hizo pensar en el motivo de que todas aquellas personas se sintiesen mal en su presencia: su propio padre había cometido un asesinato.

Dispuesta a saber más, a buscar respuestas... accedió a que su primo Colin le enseñase la propiedad. Mientras caminaban, él le dijo que su madre había tomado la decisión de marcharse hacía veinte años con el propósito de alejarla a ella de Pemberton y su maldición. Además... le confesó algo inimaginable para ella y también para mí: aquel fatídico día, había alguien más allí, alguien que lo presenció. "Y esa tercera persona... Leila... eras tú". (Vid. pág.85). A la mañana siguiente, ella y su madre partieron en un carruaje, así... sin despedidas ni explicaciones.

Con calma, le reveló el oscuro horror que acompañaba y acompaña a la familia. "-La escena de la que aquel día fuiste testigo y que no recuerdas, es una que antes ya se ha representado aquí. Hay un rasgo en la sangre de los Pemberton..., de donde ha venido nadie lo sabe..., pero que se representa en forma de locura. Tu padre no tenía ninguna fiebre misteriosa, ninguna enfermedad extraña; simplemente se había convertido en víctima de la demencia Pemberton. Se remontan a muchas generaciones las historias de grotescos asesinatos y muertes extrañas. Algunas de las leyendas que se oyen acerca de Pemberton Hurst tienen fundamentos de verdad en nuestra historia, y a eso se debe que la gente del lugar nos evite. Se sabe que estamos malditos..., malditos por un mal rasgo de sangre que condena a todos y a cada uno de los Pemberton a una suerte demasiado macabra como para imaginarla." (Vid. pp.89 y 90).

...Y, por fin...tuvo lugar el encuentro con su abuela. La frialdad y severidad de su rostro, su mirada, su voz... la inquietó. Sólo quedaba en aquella casa Gertrude, sólo ella podría ayudarla a regresar a su pasado...

Decidió escribirle a Edward, su prometido y... tan sólo unas horas después, regresando a su habitación, en la biblioteca vio como ardían los últimos pedazos de dicha carta en la chimenea... ¿Quién podría haberlo hecho? Leyó entonces de nuevo la carta de la tía Sylvia y... reparó en que no era la misma letra que la de su diario que por sorpresa había encontrado en su habitación, mientras deambulaba por la casa... ¿Qué estaba ocurriendo?

Tío Henry comenzó con dolores de cabeza cada vez más insistentes lo que hacían frecuentes las visitas del agradable doctor Yung, con el que Leyla sintió ya desde el primer instante, una empatía que iría creciendo.

Entre tanto, en su habitación aparece un libro de medicina y Leyla lo lee con suma atención, en él se recoge todo lo referido a la enfermedad hereditaria que vive la familia y... tras pensar en ello, decide abandonar sus sueños de casarse y tener hijos. Su futuro será como el de sus primos, se quedará en Pemberton... no sería justo extender la maldición, el tumor...

Tan sólo diez días tras su llegada, el tío Henry muere y a ella le sobrevienen cada vez con más frecuencia las jaquecas y el malestar. Acude entonces con el libro de Thomas Willis a ver al doctor Yung con el pretexto de conseguir láudano para paliar el dolor. Le dice que cree que alguien ha manipulado el libro pues en el fragmento referido a la familia, hay varios errores ortográficos y tipográficos. Sólo comparándolo con el ejemplar del doctor, saldrán de dudas. Efectivamente... alguien se había tomado la molestia de alterarlo e incluir todas aquellas monstruosidades que supuestamente acompañan y acompañarían por siempre jamás a los Pemberton. Además, descubren que una persona la está lentamente envenenando como hizo antes con Henry. En su sangre halló muestras de ello.

Sin haber dejado Henry testamento alguno, el abogado manifestó que tenía validez el que en su día redactó Sir John. Todo sería para Colin. La guerra había estallado entre ellos... El doctor le dice a Leyla que Colin no es un Pemberton de sangre, su madre se casó habiéndolo tenido de un matrimonio anterior y ella suspiró aliviada sintiendo con más ferza el amor que entre ambos había comenzado.


Tras intrigas, todo va saliendo a la luz y las últimas páginas que son de vértigo... revelan quién fue, (quien menos pensaría) la autora de todos y cada uno de los crímenes. La anciana Abigail había matado a sus hijos y estaba dispuesta a terminar con todos. Ella había ideado tal cruel trama y ella creía ser la única capaz de mantener en pie Pemberton Hurst.

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Trepidante por momentos, intensa y llena de giros. Con una ambientación y unas descripciones exquisitas y unos personajes tan detalladamente definidos... ha sido una maravilla vivir durante unos días en esa mansión y sentir el miedo y la locura... la maldición.









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