Autora: Concha López Narváez
Lista de honor Premio CCEI
Ilustración: Raía Salmerón - Taller de lectura: Antonio-Manuel Fabregat
(121 pp) – Grupo Editorial Buño, S. L. 1994
Lectura llena de intriga que atrapa desde el primer instante y va aumentando la tensión haciendo que devore las páginas sin apenas darme cuenta. De corta extensión, sus 100 páginas esconden un misterio que se teje entre dos líneas temporales separadas por treinta años.
"Para ti...
¿Por qué a la mayoría de las personas nos gustan las historias de terror?
Seguramente porque, mientras estamos entretenidos con temores de ficción, olvidamos nuestros íntimos y verdaderos terrores.
Sabemos que los peligros literarios no pueden alcanzarnos, por eso el miedo se convierte en placer, porque, si el mal que nos amenaza está entre las páginas de un libro, siempre podrá ser controlado o vencido. De este modo, un relato cumple la función de ser una especie de pararrayos, capaz de neutralizar las descargas negativas de nuestros miedos reales.
Por ello me dedico a entregaros esta historia en la que la vida y la muerte, el pasado y en presente se confunden y entretejen. Espero que leyéndola recorráis, gozosamente estremecidos, los senderos de ese bosque de misterios y emociones que suele ser la literatura de terror."
Con esta justificación por parte de la autora, el gusto por lo misterioso se reafirma y da paso a una historia por momentos escalofriante.
Andrea, la protagonista de tan sólo diez años, pasaba las vacaciones en la casona que su familia tenía en un pueblo de Extremadura. Cuando, una noche de septiembre, con tormenta, la mecedora de madera heredada por su abuela paterna, comenzó a moverse. Todo ocurrió en apenas segundos y al grito de su madre, ella bajó corriendo las escaleras. Durante muchos días pensó en lo sucedido, pero nadie le daba ninguna explicación, ni siquiera Rosa que aquella noche tabién estaba en su habitación.
Pasó el tiempo y nació Dani, su hermano. No regresaron a la casa pues siempre había un pretexto por parte de su madre. Ambos crecieron, acabaron sus carreras, se casaron y Dani se marchó a EE.UU.
El relato que es narrado siempre por Andrea nos va guiando por la vida de la familia, sabemos que sus padres fallecieron y... "Tanto él -refiriéndose a su hermano- como yo somos gente de asfalto y nunca regresamos al pueblo. Cuando nuestros padres murieron, gestionamos a distancia la venta de las tierras y conservamos la casa como una reliquia del pasado, pero prácticamente nos olvidamos de ella.
En cuanto a la extraña historia de la mecedora de la abuela, también terminé por olvidarla." (Vid. pág. 32).
Sin embargo, "En un nuevo intento por saber, lo mismo que hace treinta años, he vuelto a pensar en Rosa. ¡Rosa! Puede que ella esté dispuesta a decirme ahora lo que antes no me dijo; por eso, aprovechando los últimos días de vacaciones, he decidido ir a visitarla." (Vid. pág.33).
Pero Rosa había fallecido dos meses atrás.
"Me encuentro ante mi vieja casa, contemplándola emocionada. No pensé que su vista pudiera afectarme de tal modo. Creía que, con el paso del tiempo, me había desligado de ella por completo. Pero no es así. He sentido una punzada de tristeza al mirar la gran fachada, antes tan solemne, con sus ocho balcones volados en cada una de las dos plantas, y las columnas flanqueando la puerta de roble. Ahora las persianas están rotas y descoloridas, y los muros sufren la humillación de suciedades y desconchones." (Vid. pág. 37).
Logró encontrar la llave de su habitación, había permanecido cerrada desde aquella noche, treinta años atrás. Todo estaba igual. Decidida a marcharse a la mañana siguiente, Andrea fue a despedirse de Doña Francisca la hermana de Rosa, pero lo que ella le contó hizo que cambiase de opinión, pretendiendo llegar al fondo y comprender así lo ocurrido.
"-No creo que nadie entre en esa casa para quedarse. Ya fue bastante que encontraras personas que quisieran limpiarla. Porque era a la luz del día y pagaste mucho... En todo caso, alguien que no sea del pueblo -dijo haciendo un gesto de escepticismo.
-¿Y por qué alguien que no sea del pueblo? -pregunté extrañada.
Por lo de la tejedora de la muerte -respondió como si se tratara de algo evidente." (Vid. pág. 43)
Ante la intriga de Andrea, Francisca le contó que la tejedora había vivido en esa casa y también le dijo quién era. Su bisabuelo había tenido dos hijas: Elisa y Claudia. Elisa, tras una vida difícil, haberse marchado al casarse desligándose de su familia, viuda y sin hijos; no se quedó allí cuando regresó. De ella se decía que tejía la muerte pues siempre la veían con su labor. La hacía y deshacía como Penélope y lo más escalofriante es que, en el momento de terminarla, tenía tantas franjas como años tenía la persona que iba a fallecer.
Varias fueron las noches que Andrea pasó en la habitación hasta que logró revivir todo lo ocurrido aquella noche. Consiguió por fin comprender que la labor que tejía tenía diez franjas como diez años ella, el grito de su madre que lo vio todo en el mismo instante en que el cuerpo de la tejedora estaba siendo conducido al cementerio y bajo un rayo, cayó el ataúd abriéndose y comprobando todos los presentes que, las agujas que nadie había podido quitarle ya no estaban entre sus manos.
Con un ritmo trepidante, termina el misterio con la escena en que Andrea, antes de recoger sus cosas y marcharse, encuentra en el armario: la labor y las agujas.
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Catalogada a partir de los doce años, la recomiendo enormemente para todos esos adolescentes que, ávidos de terror y misterio, quieran ir consolidando su hábito lector y también ¡cómo no! para todos los adultos.
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