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Territorio Comanche

Actualizado: 27 jun 2022


Autor: Arturo Pérez-Reverte

(141 pp) – Ed. NARRATIVA ACTUAL, 1994

Mi mirada y mis manos me llevaron a la estantería y a este corto libro de un autor que siempre logra descolocarme. Su estilo es, quizá para mí, demasiado vehemente, directo y a veces explícito. Pero, me gusta leer de todo e intento hacerlo así pues creo que es bueno cambiar de género, de preferencias, de temáticas... A él me he dado cuenta de que suelo volver cuando no quiero sentir mucho, pero a la vez, necesito choques que me hagan pensar. Esta obra suya, en concreto, la había leído ya en 1997; muchos años han pasado desde entonces, otras guerras, más dolor y... la imperiosa necesidad de hacerme más y más fuerte...

Barlés y Márquez son dos reporteros que se encuentran cubriendo la guerra en la ex-Yugoslavia y esta novela, de forma gráfica como bien lo podría ser un documental, nos pone en situación, sentimos el vértigo, el dolor, los bombardeos y la soledad de tantos y tantos periodistas desplazados con vidas que se extienden o tal vez no, más allá de los conflictos que viven... pues las guerras aniquilan siempre.

Repartida en seis capítulos, la historia se mueve al ritmo de las cámaras que tratan de captar los instantes, los bombardeos, las muertes... Son realmente estremecedores algunos fragmentos.

"Arrodillado en la cuneta, Márquez tomó foco en la nariz del cadáver anes de abrir plano general. Tenía el ojo derecho pegado al visor de la Betacam, y el izquierdo entornado, entre las espirales de humo del cigarrillo que conservaba a un lado de la boca. Siempre que podía, Márquez tomaba foco en cosas quietas antes de hacer un plano, y aquel muerto estaba perfectamente quieto. En realidad no hay nada tan quieto como los muertos." (Vid. pág. 13).

Con estas palabras, arranca una historia - reportaje que se antoja tan visual, que por momentos asusta ver cara a cara la realidad. "El muerto estaba boca arriba, en la cuneta, a unos cincuenta metros del puente. No lo habían visto morir, porque cuando llegaron ya estaba allí; pero le calculaban tres o cuatro horas..." (Vid. pág.14).

Todo se vuelve incertidumbre menos la tremenda verdad del peligro que acecha. "Era lo que ellos llamaban ´territorio comanche´ en jerga del oficio. Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta. El lugar donde los caminos están desiertos y las casas son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti." (Vid. pág.17).

Una realidad cruel y difícil. "El eterno dilema en territorio comanche es que demasiado lejos no consigues la imagen, y demasiado cerca no te queda salud para contarlo." (Vid. pág.22).

La historia es circular, empieza y termina junto a un puente, la obsesión de Márquez. "En realidad la guerra era eso (...) kilos y kilos y toneladas de fragmentos de metal volando por todas partes. Balas, esquirlas, proyectiles con trayectorias tensas, curvas, lineales o caprichosas, trozos de acero y de hierro zigzagueando, rebotando aquí y allá, cruzándose en el aire, horadando la piel, arrancando trozos de carne, quebrando huesos, salpicando de sangre el suelo, las paredes." (Vid. pág. 56). Y así, entre descripciones llenas de realidad, vamos conociendo las historias de otros compañeros, de reporteros que trabajan y trabajaban cubriendo esta y otras guerras, de cadenas, televisiones, periódicos... de diferentes nacionalidades, valentías y motivaciones. Con horror vemos cómo se juegan la vida, cómo saben que nunca han de meterse en una casa durante un tiroteo, cuántos segundos tienen para cambiarse de posición ante una nueva explosión y cuál es la soledad que les espera en un hotel tras un día de sangre y muerte.

Es posible que no lo vuelva a leer... pero si así fuera, seguro sentiría el valor de todos y cada uno de los hombres y mujeres que llevan al límite sus vidas, llegando incluso a perderlas, por contarnos el horror en los lugares de conflicto, por acercarnos la última hora... el último instante.



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