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Aún no se lo he dicho a mi jardín


Autora: Pia Pera

Traducción de Miguel Ros González

(252 pp) – Ed. Errata naturae, 2021

Título original: Al giardino ancora non l'ho detto (2016)


Llevaba en mis estanterías desde el mes de septiembre en que lo compré en la LIBRERÍA SISARGAS de A Coruña. Fue unos de esos libros que vi recomendados sólo en un perfil de Instagram y sentí al instante que quería leerlo. Recuerdo que aquel día fui preguntando por varios títulos, algunos no los tenían, pero éste y otros que yo llamo "especiales", sí estaban allí, como esperándome...

Lo que decía su contraportada y la delicadeza de su portada provocaron una atracción en mí que vino acompañada de un temor que debía salvar, un puente que cruzar. En septiembre del año pasado ya estaba en el proceso de curación y cambio en mi vida. Quería leer sobre cómo Pia Pera conectaba con su jardín mientras una enfermedad la consumía, necesitaba encontrar el sosiego que ella vivió junto a sus flores, sus plantas, sus colores... y la Naturaleza... pero aún no era el momento, no era todavía mi momento.

Meses después, he disfrutado con sereno reposo de sus páginas, su reflexión acerca de la existencia y la ausencia de la misma al menos en este mundo tangible en el que ahora habitamos. Sus alusiones a la Literatura, el Arte, la Pintura... sus cuidadas y delicadas descripciones del natural y equilibrado paso de las estaciones que obra milagros tan hermosos en lo que nos rodea. Cambios que, a veces, pasan desapercibidos y son el misterio más grandioso de la VIDA.

"Una tarde de otoño, en una librería del centro de Mantua, mis ojos se posaron en un librito: Poemas religiosos, de Emily Dickinson. Uno de ellos, "Aún no se lo he dicho a mi jardín", me impresionó con la fuerza de una revelación: me pareció que ofrecía una actitud revolucionaria ante la muerte. Lo saqué a colación en una conferencia que di en Roma, en la orangerie de Villa Borghese, a la que me habían invitado para hablar de mi jardín. Empecé diciendo que es, sencillamente, un lugar donde soy feliz..." (Vid. pág. 11).

Con estas líneas que son un hermoso arco de esos que imagino adornados con rosas o tal vez con las aromáticas lilas, preámbulo de un jardín lleno de vida, comienza Pia lo que va a ser el diario de sus últimos días. Una reflexión llena de matices, de idas y venidas que se entretejen con consultas médicas al uso y con variadas terapias alternativas siendo el objetivo de todas ellas: procurar que no pierda la movilidad y que no sienta dolor.

"Habida cuenta de que mi jardín se basaba en la ausencia del jardinero, en la imperceptibilidad de su voluntad, me gustaba pensar, o imaginar ilusamente, mejor dicho, que así estaría mejor preparado ante la inevitable traición: la persona que lo cuida. Y así llegué al poema de Emily Dickinson, el nº50, "Aún no se lo he dicho a mi jardín" en el que se sugiere que llegará el día en que el jardinero no se presente a su cita habitual. Eso el jardín no lo sabe. Cesarán de repente todos los cuidados; la naturaleza volverá a ser la única fuerza, se interrumpirá el diálogo entre hombre y paisaje plasmado en el jardín, la más efímera de las artes. Un pintor, un escultor o un arquitecto, no digamos ya un poeta, son menos desleales hacia su obra. Crean algo que, al menos en potencia, puede seguir viviendo cuando ellos ya no estén. En el jardín es distinto: quizá ese jazmín crea que nunca faltará la mano que lo riega, que arranca las hierbas robustas que podrían asfixiarlo, que esparce las hojas muertas que protegen y conservan la humedad de sus raíces." (Vid. pp. 12 y 13).

Sentí en este punto que el jardín sería el otro personaje principal, él viviría junto a Pia los cambios, las estaciones, el dolor, la floración y el lento marchitar.


"Un día de junio de hace unos años, un hombre que decía quererme observó, en tono de reproche, que cojeaba. No me había dado cuenta. Era una cojera casi imperceptible, apenas una desarmonía al caminar, un mal ritmo. Pasó mucho tiempo sin que se supiera el motivo. Tenía la sensación de que se me estaba secando la piera derecha, como a veces se seca la rama de un árbol. Estaba marchitándome. Morir había dejado de ser una especulación intelectual; estaba ocurriendo de verdad. Muy lentamente y antes de lo previsto. Quizá dejándome el tiempo de escribir en directo sobre el jardinero que se enfrenta a la muerte.

Aunque, en cierto modo, yo ya no era la jardinera. No en primera persona, o muy poco. Ya no era capaz, por supuesto, de cavar con la pala o con la azada, ni de cortar la hierba. Incluso la recolecta se había complicado: me fallaba el equilibrio; antes de arrancar los frutos y las hortalizas tenía que apoyar mi cuerpo inestable en algún sitio, a menudo, un bastón entre las piernas. Dejaba la cesta en el suelo, porque sólo me quedaba una mano libre." (Vid. pág. 19). Pia nos hace conocedores de todo su proceso, co un diagnóstico dudoso, el deterioro es inminente: la enfermedad de la motoneurona o la ELA como la desagradable doctora de Roma le había dicho. Pia tiene 57 años. Poco a poco y con una serenidad y delicadeza impecables, va recogiendo su día a día en una simbiosis perfecta y magistral con su jardín al que tanto ama. Se ve vulnerable como lo son las plantas, afectada por las circunstancias, la temperatura, la luz y la noche. En un devenir sin retorno, son cada vez menos las cosas que puede hacer, se vuelve lentamente dependiente y son otros los que siembran, quitan la maleza, recolectan... Ella pasea cuando su cuerpo se lo permite, al principio apoyada en su bastón, luego en una silla de ruedas. Infinitas especies, toda suerte de rosas y otras flores, arbustos, grandes y árboles, fresas, espárragos, apios...

Giulio será sus piernas y sus brazos hasta el punto en que ella reformará su hogar para hacerle una habitación junto a la suya. Él hará la comida y a él recurrirá cuando tenga que moverse sin poder hacerlo. "Otro espléndido día de abril. Le he pedido a Giulio que plante en el huerto las plántulas que compramos ayer mientras Giovanni podaba la higuera: cuatro calabacines, seis pepinos, seis coles negras, cuatro coles de Milán, una caja de semillas de judías verdes, ocho claveles, diez fresas, dos dalias y diez garras de espárragos violetas." (Vid. pág. 33). Es magistral la sensación de estar allí en ese inmenso jardín en el que cuidadosamente ella ha ido creando diferentes rincones y por momentos sentir los aromas que llegan de las hierbas, las flores, los frutos ya maduros.

Ella vive en soledad y en su reflexión, comienza a darse cuenta de una manera por momentos difícil, de la dependencia a la que la obliga la enfermedad. Ya no puede valerse por sí misma, pero su mente es capaz de verlo como un proceso natural aunque en él haya largas noches de insomnio que llena con lecturas, meditaciones y oración. "Enfermar ha supuesto el paso repentino de una sensación de juventud a una de vejez. También mi concepción de la muerte, con respecto a hace unos años, ha cambiado: antes era metafísica; ahora es algo muy corporal, quizá demasiado." (Vid. pp. 41 y 42).


" No recuerdo un mayo tan frío. Hoy es 25, el mes está a punto de acabar; otros años, éstos eran días de un bochorno sofocante, de adelanto admonitorio del verano. Hoy en cambio, sopla un fuerte viento, llueve, truena, hace trece grados en casa: hay que caldear el ambiente. El cielo se ha abierto un par de veces y he salido como un rayo al jardín. La cándida rosa de Ispahán parece alegrarse de este tiempo. Nunca he visto rosas así de bonitas y frescas, bien conservadas por esta temperatura y esta humedad, que realza sus colores. Macchia me sigue mientras paseo, con un palito en la boca." (Vid. pp.62 y 63)... Y habla entonces de las flores de su Bosque Oriental y mi mente vuela... cierro los ojos, cierro el libro y veo esas rosas de Damasco con su delicado color y su agradable fragancia. Es todo tan sensorial que cada página hace que te sientas en el cuerpo de Pia, que te cueste por momentos estirar la pierna que ya no responde aunque tu cerebro le emita la orden. Ver a través de sus ojos la belleza de lo pequeño, de las mariposas y contemplar en calma cómo crecen las hojas y cómo toman altura los tallos.


Pia es una mujer entregada a la escritura, al Arte. Su vida ha estado llena de viajes y son muchas las amistades que se reparten todo el mundo. Con ellas se cartea, la visitan, ella pasa días en sus hogares y con todas mantiene charlas interesantes sobre la vida, la existencia o no existencia, el pecado, la medicina tradicional, la alternativa, la influencia de los campos magnéticos... Y al tiempo que todo esto sucedió y sigue sucediendo, ella se recoge en sí misma. La enfermedad le brinda esos momentos para ella, para su propia introspección y cada día se conoce más y mejor. Lee mucho, además de los artículos de revistas sobre jardín para las que ella también escribe, además de las cartas que recibe: Calvino, Chèjov, Gerald Durrell, Tolstói... jamás está sola. ¡Qué cerca la he sentido en ello! Los libros me hacen tanta compañía que siempre, siempre, me siento felizmente abrazada entre sus páginas.

He anotado muchos fragmentos y quisiera volver a ellos en varios momentos de mi vida y cuando ésta llegue a su final, sentir como Pia la belleza junto a mí, las flores y el sol en el rostro, la vida creciendo... la calma de un ciclo natural y perpetuo.

"Me gustaría no perderme ni un instante de este período de gracia. Paso fuera todo el tiempo posible: si no trabajo mucho, ¿qué se le va a hacer? Las flores de la hierba me conmueven. ¿Qué decir de ellas? ¿Cómo decirlo? Así, todas juntas, livianas y aéreas, ni siquiera parecen flores. Vistas de cerca son de una belleza indecible. Feliz, bajo la oblicua luz del sol que está a punto de ocultarse tras el monte, me detengo a mirar, a mirar sin más, el campo de hierba en flor mecido ligerísimamente por el viento. Es todo de una belleza, una gracia y una armonía tales que me sorprendo deseando ver una primavera más, y pensando: "Qué raro que ahora que lo pongo en duda, que no lo doy por sentado, el mundo me parezca tan rico en detalles maravillosos". Me pregunto por qué no me he dado cuenta hasta ahora; ahora que soy vieja, ahora que me voy, ahora que quizá la tiranía del gen egoísta se haya aplacado para dejar espacio a la contemplación, sacando el aguijón que me hacía sentirme infeliz sólo porque no se daban las circunstancias idóneas para su reproducción, es decir, para perpetuar los intereses del gen egoísta. Ahora que dejo todo esto atrás, que es imposible, sólo queda el mundo. Esa parte de mundo, de naturaleza, que es fuente de una dicha purísima, desinteresada, creo o acaso un fin en sí misma, no sometida a los criterios de utilidad, de reproducción, de eso que llamamos "amor", del emparejarse, de la compañía, de tener a alguien que nos entienda a nuestro lado. Ahora todo es simple y pura belleza. Me fijo por primera vez en el negro del humo, un negro casi puro y muy raro en la naturaleza, de las yemas aún cerradas del fresno; me fijo en el verde reluciente de las ciruelas pequeñas, compactas, que aún no amarillean. Veo una infinidad de detalles que transmiten alegría y al mismo tiempo inspiran una suerte de abatimiento ante tamaña belleza, pero también paz, al contemplar esta Rosa laevigata que, una vez más, se ha abierto en todo su esplendor. Miro las flores de esta primavera y no recuerdo nada de las temporadas pasadas." (Vid. pp. 238 y 239).

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Jamás dejaré de recomendar esta lectura. Su poso suave es tan reconfortante que ha sido para mí un bálsamo en momentos y pensamientos, en recuerdos y en todas y cada una de las vivencias que ahora me conforman.

Siempre puedo volver con mi mente a ese jardín y sé que en él, Pia me estará esperando, con una sonrisa y el naranja atardecer entre nosotras.


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