Alma y la isla
- bajoinfinitasestrellas
- 4 oct 2024
- 2 Min. de lectura

Texto: Mónica Rodríguez
Ilustraciones: Ester García
(120 pp) – Ed. ANAYA, 2016
Ocho años han pasado ya desde que se publicó este libro y el tema, desgraciadamente, es de completa actualidad. Narrada con una sensibilidad y un color vivo, esta es la historia de Alma, la historia de tantos y tantos valientes.

"Llegó de la mano de mi padre. Era muy negra. Solo se le veían los ojos blancos y asustados y los bucles cayéndole por las mejillas.
Para llegar hasta aquí había hecho un viaje muy largo. Yo lo sabía. Pero a mí solo me parecía un demonio.
Ella se escondió detras de mi padre. Hubo un momento de forcejeo y yo vi la cabeza rizosa agitarse y el brillo fugaz de una dentadura blanca y perfecta. Después todo fue oscuridad en su rostro. Ni siquiera se le veía el blanco de los ojos. Apretaba los párpados muy fuerte y temblaba. Hablaba en un idioma extraño, incomprensible.
Había llegado del mar y las casas de acogida estaban atestadas.
Mi padre, que es pescador y que la había sacado de las aguas, decidió traerla a casa.
A veces, algunos pescadores hacían eso: se llevaban a niños que venían del mar a sus casas hasta encontrar una solución." (Vid. Pp. 9 y 10).
Así llegó Alma a la familia y a la vida de Otto. Todos estaban encantados con ella, menos él y aún así, debían entenderse pues era con quien más tiempo pasaba. Ella le señaló su cuello, le faltaba su amuleto y entonces Otto, aprovechando un momento en que la habitación estaba vacía, buscó en el cajón el que le había dado Suleman cuando él era muy pequeño y lloraba viendo los ahogados en la orilla. Se lo guardó en el pantalón y a través de él pudo ir sintiendo, ir comprendiendo a la niña e ir reviviendo su historia hasta llegar a la isla. Venía de Eritrea, perdió a su familia, no supo más ni de su madre ni de sus otros hermanos pues los separaron y sólo embarcó con uno de ellos, al que también perdió.
Entre ellos se creó la magia de sentirse acompañados y, aunque ella se iría con una familia de acogida, él le regaló la noche más bonita en el tejado, comiendo una naranja bajo las estrellas y olvidando el dolor para confiar en la esperanza.
Jamás volvieron a verse y jamás él la olvidó.
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