
Autor: David Walliams
Ilustraciones de Tony Toss - Traducción de Rita da Costa
(384 pp) – Ed. MONTENA, 2016
Título original: Grandpas's Great Escape
Este ha sido para mí el primero de los libros de David Walliams y estoy segura de que no será el último porque ha conseguido envolverme en su atmósfera de principio a fin. Con una ambientación increíble, unas ilustraciones que me han fascinado (en mi Instagram dejo un corto vídeo para acercarnos a ellas) y unos personajes maravillosamente caracterizados; la guinda la puso el telón de fondo de la II Guerra Mundial que tanto me atrae.
"Esta es la historia de un chico llamado Jack y su abuelo.
Hace mucho, mucho tiempo, el abuelo era piloto de la Rpyal Air Force, el Ejército del Aire británico, más conocido como RAF.
Durante la Segunda Guerra Mundial, pilotó un avión de combate Spitfire.
Nuestra historia tiene lugar en 1983, cuando aún no había internet, ni teléfonos móviles, ni videojuegos de esos que te tienen enganchado durante semanas. En 1983 el abuelo era ya un hombre mayor, pero su nieto Jack solo tenía doce años." (Vid. Pp. 10 y 11).

Tras las líneas que dan sentido al libro y después de conocer a los personajes, sutilmente el autor nos pone en situación, de una manera sutil y desde la visión de un niño; algo que me ha tocado el corazón y emocionado al tiempo que sonreía en ese divertido universo lleno de fantasía.
"Un buen día, el abuelo empezó a olvidarse de las cosas. Al principio eran detalles sin importancia. Se preparaba una taza de té y no se acordaba de tomarlo, hasta que había doce tazas de té frío alineadas sobre la mesa de la cocina. O abría los grifos de la bañera para darse un baño y se olvidaba de cerrarlos, con lo que provocaba una inundación a los vecinos de abajo. O salía de casa con la intención de comprar un sello y volvía con diecisiete cajas de cereales para el desayuno. Y eso que ni siquiera le gustaban los cereales.
Con el tiempo, el abuelo empezó a olvidar cosas más importantes. Qué año era. Si su esposa Peggy, que había muerto hacía muchos años, seguía viva o no. Un día, hasta dejó de reconocer a su propio hijo.
Lo más desconcertante de todo era que el abuelo había olvidado por completo que era un anciano.
Siempre había compartido con su nieto Jack las aventuras que había vivido como piloto de aviones de combate durante la Segunda Guerra Mundial, muchos años atrás, y con el tiempo esas historias se habían ido haciendo cada vez más reales para él. De hecho, en lugar de limitarse a contarlas, empezó a revivirlas. El presente se fue difuminando en un borroso blanco y negro, mientras el pasado irrumpía a todo color en su vida. Daba igual dónde se hallara el abuelo, qué estuviera haciendo o con quién estuviese. En su mente, seguía siendo un joven y apuesto piloto a los mandos de su Spitfire.
A todas las personas que lo conocían les resultaba difícil entender la actitud del abuelo.
A todas, excepto a una.
Su nieto Jack.
Como a todos los niños, le encantaba jugar, y tenía la sensación de que el abuelo siempre estaba jugando.
Jack comprendió que lo único que había que hacer era seguirle el juego."
(Vid. Pp. 25 y 26).
La relación entre los dos se vuelve tan mágica que Jack, movido por su incondicional amor y admiración hacia su abuelo, se meterá de lleno en todas y cada una de sus aventuras y batallas. Y es así que, tras el desastre que se origina en el Museo de la Guerra cuando el abuelo se subió al avión y éste por el peso del guardia que quiso bajarlo, cayó al suelo; fue detenido por atentar contra el patrimonio histórico. Y ambos son llevados a comisaría, pero lograron burlar el interrogatorio y escapar.
"Gracias a su formación en la RAF, el abuelo sabía muy bien cómo evitar que lo capturaran si se veía atrapado más allá de las líneas enemigas. Todos los pilotos tenían que saberlo, pues las probabilidades de que los apresaran en territorio hostil eran muy altas.
Jack y el abuelo huyeron de la ciudad evitando las calles principales y el resplandor de las farolas. Al abrigo de la oscuridad, escalaron el muro de la estación de trenes más cercana y saltaron al techo de un tren que iba en la dirección adecuada. Temblando de frío y agarrándose con uñas y dientes, volvieron a casa encaramados al tren.
-¿Por-por-por qué tenemos que-que-que estar aquí arriba, te-te-teniente co-coronel? —preguntó
Jack. Le castañeteaban los dientes.
-Conociendo a la Gestapo, seguro que han interceptado el tren y están identificando a todos los pasajeros para intentar dar con nosotros. Estamos mucho más seguros aquí arriba.
Justo entonces, Jack vio que el tren estaba a punto de entrar en un túnel, y el abuelo le daba la espalda.
—¡Ag-ag-agáchese! —gritó el chico.
El anciano miró hacia atrás y se dejó caer sobre el vagón, quedando tendido al lado de Jack. Justo a tiempo. Cuando dejaron atrás el túnel, el abuelo se puso de rodillas.
—¡Gracias, comandante! —dijo—. ¡Por los pe-los!". (Vid. Pp. 178 y 179).
Pasado tan desafortunado incidente, deciden que lo mejor es ingresarlo en Torres Tenebrosas. Allí le brindarán los cuidados necesarios y no estará solo. Al menos eso pensaban los padres de Jack, pero éste, movido por su intuición, consiguió quedarse una noche dentro y observar sin ser visto. Más que nunca supo que tenía que ayudar a su abuelo a escaparse de aquel lugar.
"-¡Comandante! —exclamó el abuelo, saludando a su nieto como de costumbre.
-¡Teniente coronel! - contestó el chico, sujetándose a los barrotes de la ventana con una mano y haciendo el saludo militar con la otra.
-Como ve, el enemigo me ha encerrado aquí, en el castillo de Colditz, ¡el campo de prisioneros de guerra más inexpugnable que existe!
Jack le siguió la corriente. Sacarlo de su error solo hubiese servido para confundirlo. Aunque, a decir verdad, Torres Tenebrosas se parecía bastante más a un campo de prisioneros de guerra que a una residencia de ancianos.
-Lo siento muchísimo, señor.
-No es culpa suya, Bandera. Estas cosas pasan en tiempos de guerra. Tiene que haber algún modo de escapar, pero no se me ocurre ninguno, y que me aspen si no lo he intentado.
Jack vio que, a espaldas del abuelo, todos los demás ancianos seguían profundamente dormidos.
-¿Cómo es que está usted despierto y los demás siguen durmiendo como troncos? —preguntó.
¡Ja, ja! -—El abuelo reía con malicia—. Los guardias reparten unas pastillas como si fueran caramelos.
Con una basta para dejar a un hombre fuera de combate. (Vid. Pág. 220).
Un divertidísimo y astuto plan de fuga libera al abuelo y a los demás. Muchos supervivientes de la guerra, trabajo en equipo y valentía. Son páginas que me hicieron reir y agudizar el ingenio. ¡Cuánto me hubiera gustado conocer a este héroe de guerra!
Ya fuera, sólo quedaba recuperar el avión y huir a un lugar seguro. Y así fue como Jack lo acompañó y ayudó. Juntos surcaron los cielos felices y pensando que se alejaban del enemigo, más la policía los localizó y durante la persecución, en unos segundos de lucidez, el abuelo fue consciente de que su copiloto era su nieto y fue así como en una rápida maniobra, poniendo el avión al revés, pulsó el botón que lo haría caer del mismo en paraícadas, debía ponerlo a salvo.
Ya en tierra, Jack vio alejarse al avión y a su abuelo. Y según dicen, tanto subió que jamás encontraron a ambos. Pero, en la oscuridad de la noche, él asomado a su ventana escuchaba el motor y lo veía sobrevolar la ciudad, saludándolo feliz y tan joven como lo fue en tiempos de guerra.
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Creo que siempre recomendaré esta lectura a nietos y a abuelos, a soñadores y amantes de la fantasía y... especialmente, a quienes sufren cuando se les acerca esta horrible enfermedad que confunde realidades y elige recuerdos. La ternura que desprenden sus páginas, emociona al tiempo que divierte. Todo es posible en ellas, especialmente la felicidad y el amor entre un abuelo y su nieto.
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