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Inquietud

Actualizado: 27 sept 2022


Autora: Julia Leigh

Traducción: Cruz Rodríguez Juiz

(95 pp) – Ed. Random House Mondadori, 2009

Título original: Disquiet (Publicada por primera vez en 2008)


María Ovelar escribía en El País: "Quizá muchos no lo sepan por aquí. Pero lo cierto es que la crítica la adora. Y varios premios Nobel también." Bastaron estas palabras y lo que leí en la contraportada para querer sentir la inquietud de la que sólo la mano de esta escritora podría salvarme o tal vez esa otra temida inquietud a la que podría condenarme.

"Estaban de pie ante la entrada, rodeados de campiña abierta y vacía, una campiña fea, llanos campos arados, embarrados. Esa mañana el cielo era una bálsamo de un pálido azul blanquecino. La mujer vestía una falda lápiz de tweed, una blusa de seda gris y se había recogido la oscura melena en un moño suelto como el que en otro tiempo solía lucir su madre. Se había roto el brazo derecho y lo llevaba en un cabestrillo hecho con un fular de seda discretamente conjuntado con la blusa. A sus pies, una maleta. Los niños -el chico tenía nueve años y la chica, que llevaba su muñeca favorita, seis- iban cargados con sendas mochilas y cada uno custodiaba una maleta pequeña." (Vid. pág. 9).

Con estas líneas empieza la novela y en ellas, nos situados en el momento en que Olivia regresa a la casa familiar en la campiña francesa, acompañada de sus dos hijos: Andrew y Lucyloo.

"Los escalones de piedra que conducían al château eran anchos y bajos, y romos como una pastilla de jabón. La mujer asió la aldaba -un gran anillo de bronce que atravesaba la nariz de un toro también de bronce- y la sostuvo en la mano. Llamó. Esperaron pacientemente, con la clase de paciencia que nace más del agotamiento, de abandonar cualquier expectativa de obtener una gratificación fácil que de la cortesía." (Vid. pág. 12).


Al poco de llegar Olivia y sus hijos, regresan también a casa Marcus (su hermano) y su esposa Sophie. Regresan del hospital y lo hacen ellos dos solos, han perdido a su hija Alice que no sobrevivió al parto. Todo comienza entonces a resultar extraño, el peso de la tristeza y la soledad es tan palpable... que por momentos asfixia. Sophie no puede soportar la pérdida de su pequeña y deambula con un fardo entre los brazos, su vida se apagó junto a la de Alice.


En el lago, la canoa en la que iban Andrew y Lucyloo comienza a llenarse de agua. Sophie que ve todo desde la orilla, con su fardo entre los brazos, se queda impasible, inmóvil. Es entonces que Olivia, se quita el cabestrillo y se lanza al agua para salvarlos. Una inquietud que va en aumento y muere ahogada entre las aguas. No se dice en ningún momento, no se habla de ello, pero... se intuye que han huido de Australia alejándose de los malos tratos y el desgarro.

Cuando consigue salvarlos y ver a Sophie comprende que es el momento, que está lista para enterrar a la pequeña Sophie. Que la inquietud que envuelve todo el misterio y la desolación va a conocer el fin.

"En el jardín los setos recortados, las largas hileras de cipreses, los parterres de rosas, los lotos, los olmos, los álamos, el gran roble, cada brizna de hierba, todo era sol en transformación, animado, y la mujer (Olivia), inspirando y espirando, lo notaba, notaba esa transformación silenciosa y constante, formaba parte de ella, y esa sensación floreciente, delicada e inmanente, tanto tiempo aletargada, se extendió desde detrás de su esternón hasta la garganta, le llenó el hueco de detrás de la boca, de detrás de la nariz hasta que la mujer -experta consumada- en lugar de amputarla o pagarla, simplemente a dejó pasar. Todas las cosas pueden rechazarse." (Vid.pp. 94 y 95).

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Con una prosa absolutamente personal y diferente, esta lectura ha sido como un vuelo corto hacia una percepción atrapada en instantes de inquietud. Un ritmo trepidante en intensidad y un final desconcertante al que me gustaría volver pasado un tiempo.

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