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La cinta roja


Autora: Lucy Adlington

Traducción de Santiago del Rey

(317 pp) – Ed. Planeta, 2021

Título original: The Red Ribbon (Publicada por primera vez en 2017)


Imaginaba al leer la portada que me estremecería la historia que cuenta esta novela. Una vez más mi intuición, fiel y leal compañera, tenía razón. Algunos de los que leéis esto ahora, ya sabéis que la II Guerra Mundial es una de las temáticas que más me apasiona. Aunque también con ella sufra, siempre me levanto, me reconstruyo... perdida entre los escombros, descubriéndome en los personajes, las emociones y todo lo que allí ocurrió y lo que sospechamos que pasó, pero aún nadie nos contó.

Para otros... quizá sea algo novedoso...

"Éramos cuatro: Rose, Ella, Mina y Carla.

En otra vida, tal vez habríamos sido todas amigas.

Pero aquello era Birchwood." (Vid. pág. 11)

Así comienza la historia. Apenas tres líneas que encierran toda la crueldad que en aquel lugar se vivía y todo el dolor de cientos, de miles de mujeres... Esta es una historia que se mueve entre la realidad y la ficción, quizá pudiéramos decir que es la violenta realidad, pero novelada. Pues, como nos dice la propia autora en el epílogo: "La cinta roja es una historia. Como los cuentos de Rose, mezcla la verdad y la ficción. La verdad es que Birchwood existió realmente. Fue un inmenso complejo de trabajo y exterminio llamado Auschwitz-Birkenau." (Vid. pág.313). Recuerdo ahora que estuve muy cerca en uno de mis viajes y... en el último momento decidí que no podía ir... aún no. Hoy ansío hacerlo y estoy segura de que pronto será.


Siendo apenas una adolescente, Ella consiguió entrar en el pomposamente llamado Estudio de Alta Costura cuando supo que había una vacante. Ya estaba en el terrorífico Birchwood al que la habían condenado, separándola de su familia cuando estaba en el colegio y tan solo porque era judía. Desde ese instante viviremos el horror con Ella y con otras mujeres algunas con nombre propio, otras con sólo un número para los despiadados soldados y las frías guardianas y otras, además, con nombres curiosos de animales a los que, según Ella, se aparecían. Conoceremos así a: Rana, Corneja, Ardilla, Tiburón... Aquel era un taller en el que todas ellas se desvivían bajo las órdenes de Mina en la confección de los más bonitos vestidos para las esposas, hijas, hermanas...de los monstruos. En ese primer instante, todo era crucial pues les habían dicho que sólo había un puesto y sería para Ella o para Corneja. Había que darlo todo... y ese todo hizo que se quedara.

Muy dura era la vida allí, en los barracones. "El silbato sonó a las cuatro y media de la madrugada, como cada día. Nos bajamos todas de las literas para correr al Recuento, que se hacía tanto por la mañana como por la noche. Contaban a todas las Rayadas para comprobar que ninguna se había volatilizado durante la noche o se había escapado, algo igualmente improbable. Las Guardianas tenían Listas. Pero no había nombre en ellas; sólo había números. Las Rayadas teníamos número.

También teníamos insignias, unas insignias hechas con trapos de color y cosidas en nuestras ropas. La insignia que llevabas indicaba por qué habían decidido Ellos exactamente que ya no eras apta para vivir en el mundo real.

La mayoría de las Jefas llevaban un triángulo verde, lo cual significaba que antes de venir a Birchwood habían sido delincuentes. La insignia de Rose era un triángulo rojo. Eso proclamaba ante todo el mundo que era una enemiga política, cosa que a mí me parecía una locura. ¿Cómo podían considerar una amenaza política a aquella tontuela soñadora? A Ellos, obviamente no le gustaban las personas que leían libros. Tampoco la gente de mi religión. Por adorar al dios equivocado te tocaba una estrella. Eran como las estrellas doradas que nos daban en el colegio cuando sacábamos buenas notas; sólo que aquella estrella significaba que eras lo peor de lo peor. La mayor parte de los Rayados tenían estrella. Y los presos con estrella eran los peor tratados de todos. Éramos sólo medio humanos. Infrahumanos. Prescindibles". (Vid. pp. 58 y 59).

La entusiasta Rose y Ella se hicieron amigas al instante. Rose llenaba todo de fantasía, de historias en las que vivía como una condesa, de lujos y de delicadeza. A Ella le gustaba su forma de ver el mundo y, aunque con los pies sobre la tierra, se escondía en el taller para, de alguna manera... puntada tras puntada... recordar su vida feliz junto a sus abuelos y soñar con que en un futuro, tendría su propio taller y en la Ciudad de la Luz cosería los más hermosos vestidos. Libre, por fin.


"El campo estaba todo compuesto de líneas rectas. Hileras e hileras de barracones que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Y donde terminaban los barracones, empezaba la alambrada. Entre los edificios, las Rayadas se movían a tumbos, se sentaban... o se tumbaban muertas de cansancio. Algunas eran como mujeres fantasma. Sus cuerpos venían a ser las ascuas de un fuego que se iba extinguiendo." (Vid. pág. 77).

A mediados de verano, Ella consiguió tener su propia máquina de coser, incluso era la encargada del taller cuando Mina no estaba y hasta pudo conseguir el empleo de bordadora para Rose, alejándola con ello del duro trabajo como limpiadora.

Una noche vinieron a buscar a Ella y la llevaron hasta el barracón de las Guardianas, a la habitación de Carla (para la que cosía vestidos). Carla le dijo que era su 19 cumpleaños y hasta le dio un trozo de su tarta. Todo un manjar que Ella escondió y disfrutó a escondidas con Rose ya en el barracón.


Un día, Rose y Ella fueron al Gran Almacén. "-Lo que no se guarda en Birchwood se fumiga, se embala y se vuelve a mandar por tren a las ciudades. Para ayudar a las víctimas de los bombardeos, o para venderlo de segunda mano -respondió Topo con indiferencia-. Pero las prendas deben revisarse primero una a una por si contienen objetos valiosos. La gente esconde dinero y joyas en las costuras, en las hombreras, en todas partes. Lo que encontramos va a estos montones de aquí, en el centro del cobertizo. Las Guardianas y las Jefas vigilan por si a alguien se le ocurre quedarse algo. Ayer le pegaron un tiro a una chica que cogió una joya. Ella dijo que era el anillo de boda de su madre...

La voz de Topo se apagó un momento. Luego continuó explicando el sistema de clasificación del Gran Almacén." (Vid. pág. 113). Por la noche Ella y Rose fantaseaban, lo que les permitía alejarse de la realidad que vivían y así, recreaban con todo detalle cómo sería la tienda que ambas regentarían. "Rose prosiguió entre susurros.

-El sitio que estoy pensando será perfecto para nosotras. Las clientes vendrán a pie o en coche. En todo caso, las calles no están muy transitadas. Hay un parque justo enfrente, con una fuente donde los niños chapotean cuando hace calor, un quiosco de helados y un manzano mágico cuyas ramas nievan flores en primavera." (Vid. pág. 126).


Llegados a este punto de la historia, conocemos a Henrik un preso encargado de supervisar las máquinas, que logra hablar con Ella en varias ocasiones e incluso le propone que se fugue con él. Ella sigue cosiendo y confecciona un maravilloso vestido con un girasol para la esposa del comandante. Aquí, quiero detenerme un instante, para comentar la maravillosa ocurrencia de que cada uno de los capítulos del libro sea el nombre de un color, el color protagonista. Así VERDE es el nombre del primero, en honor al vestido para Carla que hará entrar a Ella en el taller; AMARILLO el segundo por el girasol y ROJO el que viene a continuación por lo que sin duda será esencial: una cinta, la cinta que regala el título al libro. Aquella noche triste para Ella pues le habían quitado la máquina de coser, Rose le regaló la cinta roja que había robado en el Almacén. "-Eso ahora no importa -replicó Rose-. Guárdala bien, y recuerda que algún día saldremos de aquí y llevaremos todas las cintas que queramos. Entonces iremos a la Ciudad de la Luz y ataremos esta cinta a la rama de un árbol que yo sé: para nosotras significa esperanza.

Esperanza. Menuda palabra." (Vid. pág.158).


Del taller, pasaron a trabajar en el Lavadero, donde todo era muy diferente. Carla le había destrozado la mano a Ella y ya no podía coser. Fuera, las condiciones eran infrahumanas por el frío y la lluvia por lo que Ella pidió, rogó, que las dejasen trabajar dentro. "El interior del Lavadero estaba más caldeado, lo cual ya era algo. Pero en otros sentidos resultaba peor. El trabajo era sofocante, claustrofóbico y duro hasta la extenuación." (Vid. pág. 202). Rose no mejoraba, una tos fuerte la consumía, seguía con fiebre y cada día más débil, por lo que Ella no tuvo más remedio que llevarla al Hospital. "Un grito sofocado se convirtió en un ataque de tos. Todo su cuerpo se sacudió violentamente. La estreché con fuerza: un precioso saco de huesos. Era espantoso sentirse tan impotente. Y todavía más disimular el horror que el Hospital me inspiraba. ¿Cómo iba a vivir nadie en ese lugar, y no digamos a recuperarse de una enfermedad o una herida? Aquello era la parodia más repulsiva de la atención médica que cabría imaginar, incluso para alguien con una imaginación como la de Rose.

De hecho, había cadáveres entre los pacientes vivos: aquello era más una morgue que un hospital. Estaban todos apretujados en literas miserables como en una apestosa lata de sardinas. Sin lavabos. Sin orinales. Una Rayadas con brazalete de enfermera comprobaban quién respiraba aún y quién podía ser trasladado fuera para hacer sitio a los recién llegados. Esas enfermeras daban la impresión de no haber dormido en cien años." (Vid. pág. 208).

Desolada, Ella volvió al taller para pedirle ayuda a Mina. Estaba segura de que podría conseguir una aspirina para Rose o algo de comida. Pero, Mina se negó aún después de sacar el as que Ella guardaba bajo la manga y decirle que sabía que tenía corazón, pues se había intercambiado por su hermana para poder salvarla. Pensó entonces en rogarle a Carla, pero ésta también se negó.

Cuando Ella pudo por fin regresar al Hospital y visitar a Rose, la encontró débil y muy delgada. Con emoción le llevaba un regalo envuelto en una hoja de Hogar y Moda: varias pastillas de vitaminas, un precioso alijo de aspirinas y dos terrones de azúcar. Carla se los había hecho llegar.


El plan de Henrik se concretaría esa noche... Ella fue hasta el Hospital para despedirse de Rose y decirle que volvería a buscarla. No la dejaron entrar, así que envolvió el anillo que Carla le había regalado y le pidió a la guardiana que, por favor se lo hiciese llegar a Rose.

"El Recuento siempre parecía interminable, pero esa vez la espera se eternizó como nunca. ¿Sería posible? ¿Podría escapar? Al menos, Rose tenía el anillo. Ella estaría bien, me dije una y otra vez. Estaría perfectamente. Henrik me había prometido que volveríamos con fusiles y tanques..." (Vid. pág. 230). Pero, finalmente y en el último instante, Ella no se fugo con él, no podía dejar allí a Rose y ella estaba tan débil... aquella tos que no podía evitar y que la consumía, los descubriría en la huída.

Aquella noche, cuando por fin sonó el silbato y Ella pudo salir corriendo hacia el Hospital para ver a su amiga... una sorpresa la aguardaba. Las puertas estaban abiertas y las habitaciones y pasillos vacíos. Agitada y asustada, preguntó qué había ocurrido. Por respuesta... sólo le señalaron la intensa torre de humo que salía por la chimenea... Aquello la traspasó, llegó hasta el colchón en el que estaba Rose y sólo encontró la cinta roja. Rose ya no estaba, se había ido para siempre...


Perdida y triste, decidió que iba a coserse un vestido para su liberación, ella saldría de allí. Y el día llegó, junto a todas las demás caminaban día y noche por la fría nieve. Los altos cargos habían abandonado Birchwood. "Al tercer día, más que correr renqueábamos. Todas teníamos los ojos vidriosos. Todas arrastrábamos los pies. Hasta las Guardianas parecían hechas polvo. La nieve se nos pegaba a las botas y los zapatos, dificultándonos aún más el movimiento. Yo seguía a duras penas, era inútil fingir otra cosa..." (Vid. pág.274). "Yo corría sumida en un trance, perdida en una sucesión de viejos recuerdos fragmentados, como los trozos de una colcha de retazos..." (Vid. pág.275). Y siempre, junto a ella, la cinta roja.

La salida de Birchwood estaba siendo un auténtico infierno que llegó a su máximo de crueldad cuando una bala atravesó a Ella y cubrió de rojo la blanca nieve. Fue Carla quien le disparó.

Cuando abrió de nuevo los ojos, estaba en una habitación que no conocía y no recordaba nada. Una granjera, Flora, la había encontrado y con todo el cuidado del mundo, la había lavado y curado, había estado a su lado día y noche. Las dos cara a cara, se abrazaron intensamente el día en que Ella decidió marcharse, ambas sabían que sucedería y que regresaría a su hogar.

Recordó Ella lo que le habían dicho en el Gran Almacén y descosió las hombreras del abrigo que llevaba, efectivamente, alguien había escondido allí billetes. Le dejó una cantidad a Flora y con la otra logró llegar hasta la casa de sus abuelos, pero allí ya no estaban...

Se acercaba el día y, con la cinta junto a ella, viajó a la Ciudad de la Luz. Era el día en que había decidido verse con Rose si en algún momento se separaban. Y... cuando estaba atando la cinta roja a la rama, tal y como las dos habían soñado, la vio. Estaba allí, no había muerto.

Ya casi terminando el libro, las lágrimas vinieron a mis ojos con este inesperado giro. La cinta roja significaba la ESPERANZA y fue lo que hasta el final y aún hoy las une por y para siempre. Su deseo de un taller, sus sueños de libertad... todo era y fue posible entonces.

Sin duda, ha sido una lectura inolvidable de esas que te tocan el corazón y te hacen reconciliarte con la vida tras sufrir los mayores horrores. Son páginas de luz y amistad, son líneas de esperanza y son un recuerdo que honra a todas las almas que en los que horribles campos se quedaron, vidas que se quebraron entre las cenizas y vidas que lograron de nuevo su merecida libertad.










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